XXXVII
Las altas escalas de la tarde
han terminado por asaltar la noche,
por encender los rescoldos
de las estrellas en las cenizas del día.
No es la voz la que ahora
resuena tras la lluvia que se fue,
pasos perdidos y recobrados
en el dédalo de la memoria,
como el viento en la huida,
jinetes cabalgando que sueñan el alba.
Sin tierra bajo los pies,
como las nubes,
anunciando un albor de pájaros,
la celebración de los cielos.
En campo abierto, el desasosiego,
el fragor de la batalla, la sangre
última, solo tú.
Fernando Alda
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