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jueves, 9 de septiembre de 2021

Cartas al lector, 38 / Razón de mi escritura

 


Querido lector:


Unas nubes grises, que ya preludian el otoño que habrá de venir con sus tristezas y melancolías, que dejará posadas en el alféizar de la ventana, me lleva hoy a escribirte con mayor deseo que nunca y a contestar esa pregunta que me hacías en tu última carta, una pregunta que los poetas nos hemos hecho en muchas ocasiones y que no se si siempre hemos sabido contestar con la altura suficiente, pues no resulta fácil el hacerlo sin hipocresía.

Dejas en el papel, en el aire, supongo yo también, pues éste es un buen lugar para escribir, algunas preguntas, acaso para que el viento las lleve y las traiga a su antojo, y las mueva de un corazón a otro, los nuestros, sin duda, y podamos buscar las respuestas que se nos demandan con naturalidad, sin artificio, como quien se encuentra, en su paseo de la tarde, entre las alamedas de un río manso y espejeante, con la verdad de su vida y sus sucesos.

Me preguntas por la razón de mi escritura, por qué o para qué escribo, y te contesto de forma breve: escribo para vivir, para estar vivo. Esto equivale a decir que escribo para eludir la muerte, para librarme de la locura y de la soledad, para mantener encendida la velita con la que le digo a Dios todos los días que aquí sigo, buscando su rostro, para que sepa que no me olvido de Él y Él no se olvide de mi. Y escribo por ti, lector, porque te necesito.

Como puedes apreciar, no hace falta escribir un manifiesto, ni darse a preguntar por qué los hombres desarrollaron el lenguaje, que es expresión de la llama sagrada y divina que nos sostiene, y pertenece al alma, o inventaron la escritura o los libros, que tanto nos gustan. Además, te diré, que cada mañana, cuando me levanto y me pongo a escribir, buscando las hazanas del nuevo día que se nos ofrece como un regalo completamente nuevo y maravilloso, no me pregunto por qué escribo, ni por qué lo hago hoy en forma de poema y mañana una carta. Escribo, simplemente, como un don, una gracia que he recibido de lo Alto y que tengo que compartir contigo, pues de lo contrario sería como nadar hasta la extenuación para alcanzar una orilla y no llegar nunca a ella, es decir, morir en el intento.

Si quieres saber más, lee lo que escribo y añade a lo que acabo de decirte las conclusiones a las que llegues. Puede que entonces descubras, por ti mismo, que escribo por la luz de los amaneceres, por la melancolía de un atardecer, por la tristeza que siento por el tiempo que se os escapa; que escribo por todo lo que ha sido creado, por el vuelo de las aves y los ríos que fluyen, por la vida que se nos ofrece a cada instante y que no siempre sabemos disfrutar, empeñados como estamos en complicarnos la misma; que escribo por lo que leo, por lo que siento, por los recuerdos que guardo en el almario, pero que también lo hago por las "cosas" que guardo en el cosero que es el corazón: una cuerdecilla, unos cromos arrugados, un trozo de vidrio de color azul, una cajita de cartón sin nada dentro; y que lo sigo haciendo por las alas de las mariposas, por un pétalo de rosa que dejé para que se secase entre las páginas de un libro, por el amor de mi esposa y de mis hijos, por el abrazo de un amigo...

Así podría continuar hasta llegar a la tarde y, probablemente, te hubieras cansado. Es mejor que lo sigas descubriendo tú, leyendo entre líneas, entre los versos de mis poemas, disfrutando de alguna de las imágenes y metáforas que te dejo en los ojos y en los labios, escritas con tanto amor, para ti, para tu solaz y deleite, pues ya sabes cuánto te aprecio. No pienses en por qué escribo, percibe simplemente la belleza que encierra lo escrito, deja que te cale hasta las entretelas de tu ser, que esa belleza, al arder (ut luceat et ardeat) ilumine tu vida, que para eso ha sido creada.

Por mi parte, creo haber contestado, dejando otras cuestiones en el aire también, a tu pregunta. Tendremos ocasión de volver sobre esta cuestión que, a buen seguro, nos seguirá suscitando nuevos interrogantes, sobre qué es la belleza o cómo expresarla, pero por hoy es más que suficiente. Nunca dejes de leer, pues yo no dejaré nunca de escribir. En ello nos va la vida.

Las horas hoy parecen espaciarse en el reloj, como si tuviesen más minutos de lo habitual. Al tiempo le ocurre, no siempre, como a nuestro respirar, que se acelera o se hace más lento, como si fuese elástico, dependiendo de la agitación o serenidad que sintamos en ese momento en nuestros adentros. Aunque bien es verdad que no añadiremos ni quitaremos un minuto más a nuestra existencia por ello. Esa es la paradoja.

Te dejo. Me asomaré un momento por el jardín, por si ha venido alguien a verme. La mayoría de los pajarillos se han marchado ya, al igual que las flores. Solo el árbol de Júpiter se muestra en todo su esplendor. Y el madroño, en el que maduran sus frutos. Me gustaría que viniese alguien, acaso Virgilio, o San Juan de la Cruz, tal vez Don Miguel, de Unamuno o Cervantes, tanto da, pues con cualquiera de ellos tengo buena amistad y conversación.

Que la vida y sus celadas te sigan siendo leves y que tus sueños, por lejanos que parezcan o perdidos que estén, sigan siendo el sustrato en el que se mantienen firmes las raíces de las que estás hecho.

Tuyo siempre

Fernando Alda





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