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viernes, 3 de septiembre de 2021

Querido lector, 36 / De las ausencias...

 



          Querido lector:

          Pasaron las nubes y la tormenta y en el cielo azul quedó escrito el último verso que salió de mis labios, como una promesa, el vuelo de una calandria que hubiese aguardado en su nido a que se despejase el horizonte y regresara la luz a las colinas, para encender de nuevo los caminos y las alturas. Hoy el sol es una ofrenda de plenitud, en estos últimos días del verano, que nos dejan en tierra de nadie, pues ya presentimos el otoño, que comienza a amarillear en las copas de los árboles, oro antiguo, ocres que serán lágrimas y melancolía, vistiendo los atardeceres con el color de Ofir, con la dicha de saber que la muerte no será el final, y que vendrá mayo engalanado de rosas y lilas, con la esperanza de los días largos, que ahora se achican, queriéndose esconder, como para pasar desapercibidos a la guadaña del tiempo y de la dama de azul.

         Te agradezco la pronta respuesta que diste a mi carta anterior, llena de esa complicidad que solo los amigos de verdad saben tener, pues conocen sus entretelas, los rincones de su corazón que están apenas iluminados. Su lectura fue como una copa de vino viejo, al calor de la lumbre, dejando fluir recuerdos y andanzas, en la desmemoria de los años, que viene por sorpresa y en ocasiones nos alcanza su nívea mano, tan helada y distante, que aprieta la garganta dejando en la misma nudos de llanto y pena, como un bocado de esparto seco que descendiese hasta lo más hondo de las entrañas.

        Los días se van dorando, como los campos y el propio jardín de casa, y en el madroño se aprecia el anaranjado destello de los frutos que pronto madurarán, como lo harán las visiones del verano que ha sido, en la espera y el deseo, caminando de la mano del alba, que regresa a diario para recordarme que el tiempo, y la vida, claro está, sigue fluyendo como un río que no se a dónde me lleva cada día, aunque no ignoro que será al mar en el que todo acaba, mas te confieso que no me importa ese final, pues se que hay otros senderos que me llevarán a lo Alto y Eterno. Cristo, que todo lo sabe y todo lo hace nuevo, cada día, me sonríe desde las penumbras de las ermitillas que se alzan en los oteros en esta Castilla mía, y nuestra, que, inevitablemente, se desangra, como en un atardecer perpetuo, vaciándose de hombres y haciendas.

       Por sobre las torres de la ciudad vuelan presagios de otoño, la sonata de Vivaldi, la de Valle Inclán, la mía, acaso, buscando las hogueras y el vino nuevo, el magosto y las manzanas, los cielos tensos, el campo abierto en el que saldré a retar no a la muerte, sino a la vida misma, que parece se me esconde detrás de las arboledas y los alcores, en un baile de máscaras, y en los cruceros de los caminos me preguntaré, bajo la mirada del Crucificado, a qué lugar se marcharon los años y el vigor, mientras sigue nevando en mis sienes, esta nieve de otoño que para Todos los Santos habrá vestido de blanco y frío algodón las alturas, iniciando noviembre, que es mes de tristezas y melancolías y se hace largo de pasar, como las noches, en las que ya aprietan las heladas y el firmamento va mostrando toda su profundidad y negrura, en la que titilan las estrellas como las últimas luciérnagas que se encienden en las ausencias.

       La noche es, como escribiera Novalis, ese tiempo en el que 

"Adjudicada fue a la luz
su duración,
igual que a la vigilia,
pero es intemporal el reino de la noche
y eterna es la duración del sueño..."

aunque en la Noche Oscura, como San Juan de la Cruz, saldremos de nuestra morada, el alma anhelante por el Amado, a buscar la luz, como siempre, y dejarla prendida en la lamparita que es el corazón, entre las azucenas, allí donde habita el sueño sagrado que somos.

        Volverán nuestros anhelos a habitar los lugares que solían, allí donde permanecen los rescoldos de los que estamos hechos, el punto cardinal en el que se mantiene encendida la llama que nos mueve y que el viento, cuando gira en su rosa, pese a su libertad y su fuerza, no puede apagar. Y todo habrá sido bueno y tendrá una razón para serlo, pues se habrá cumplido el sueño de Dios que somos. 

         No cejes en tus empeños, mantén flameante tu bandera, ninguna derrota supone haber perdido la guerra, pues te alzarás sobre tus cenizas, que volverán a ser un tributo de alegría y esperanza. Mientras termino, la mañana avanza con paso firme, hacia su cenit, y pese a que en el jardín ya recibo pocas visitas, pues hasta las avecillas parecen estar haciendo las maletas, para marcharse en un largo adiós, todavía se que tengo tiempo para acordarme de todo, de lo que fui y de lo que probablemente seré, aunque esto nunca se sabe.

        Por cierto, no se te olvide, deja unas flores frescas en la última morada, aquí en la Tierra, de quien tú sabes, pues debemos recordar a los amigos que fueron y que nos ayudan a mantener constante el fuego que nos arde en las entrañas. Entretanto, recibe un abrazo muy fuerte y todo el cariño de quien te sigue buscando como un tesoro, como la moneda que perdió la mujer en el Evangelio y luego sintió tanta alegría en su corazón al encontrarla. 

       Tuyo

Fernando Alda



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