Querido lector:
Hoy la lluvia es encuentro, un lugar al que volver, el hogar que busco y me acoge, la tejavana que cobija los rescoldos de los que estoy hecho y que siguen ardiendo en las médulas del tiempo, con llama melancólica, como de otoño siempre, recordando otros vientos y otros paisajes, otras manos que modelaron la arcilla primordial y húmeda de la que está hecha el corazón cuando clama, este pobre corazón que aún alienta y late, en la voluntad y el deseo, como las alas heridas de una calandria que sigue buscando en los cruces de los caminos el aire para volar, el viento nuevo que la lleve más allá de la llanura infinita, el mundo inmenso, en el que sobrevolar otros alzados, lejos de estas ruinas que sigue carcomiendo con sus quelíceros feroces el tiempo, el naufragio de cuanto se sostiene, la tristeza de saber que todo acaba, como la arena del reloj, y que no sabemos si tendremos prórroga en el momento de querer volver a caminar, de estrechar los brazos que se asoman por las ventanas para indicarnos que aún quedan bibliotecas por explorar, las que se salvaron del fuego, como nosotros, que no pereceremos en la hoguera cruenta de la historia y de la nada, pues acaso también hemos sido capaces de remontar el vuelo, de alcanzar las colinas protectoras, bajo los cielos y las estrellas, las arboledas en las que viven los sueños, la ternura de amanecer, la inconsistencia de las nubes, el filo de los versos que son labios o espadas, la esencia de la belleza, el beso acre o dulce que la vida nos da al levantarnos del lecho cada mañana.
Así lo siento ahora, mientras llueve, y el agua, que nutre los veneros claros por los que afloran los recuerdos, va bendiciendo aquello que pienso y termina arraigando en el humus del alma, que necesita de alimentos que no son de pan ni de este mundo, sino que vienen de lo Alto, como aquello que nos hace trascender.
Y dejo que la lluvia suene bajo el tejado del ático en el que escribo, que es una ínsula de libros, este oasis, que parece un monasterio, ora et labora, en estas tierras de Castilla deshabitada, en el páramo, esperando la nieve que tardará aún en venir, pero que será presencia, en el nombre de la cellisca, salutación del invierno, que parece un juez severo y agrio, más luego nos desbordará, como la nieve y la lluvia en los manantiales, cuando será primavera.
Inmóvil la luz, que no fluye, y se aleja de la vida y de lo que sueño, en la prisión de las ausencias, en este jardín íntimo y cerrado en el que crece junto al trigo la cizaña, esperando ambos una cosecha incierta, bajo la guadaña de la muerte, que es dama que se viste de azul, y sale al asalto en las encrucijadas, en el laberinto que recorremos sin hilos o mapas, en los vericuetos del existir, siempre, eternamente, en un arrabal de sangre, para poner fin a nuestro asombro perpetuo, ese con el que seguimos mirando el mundo desde el mismo instante en que nuestros ojos se abren a él, aún a pesar de que no parece haber nada nuevo bajo el sol, y todo se nos asemeja como viejo y gastado, tan raído se muestra, un sol que hoy no está, pues velado se esconde entre los ropajes cinerarios con los que se ha vestido el día, tal una mortaja.
No diré nada más. Las palabras se me vuelven cuchillos, amenazas, como cristales rotos, dagas de hielo, alambre de espino, y va sembrando de cadáveres insepultos la lengua, tan maltrecha, que ya no nombra o dice, letra muerta impresa en papel mojado, "humaredas perdidas, neblinas estampadas", pues en esta mañana de septiembre, que tan desabrida me resulta, tan triste y sola, parecen "heridas de muerte las palabras", como cantaba Rafael Alberti, ahora ya en la lejanía, galopando en un "caballo cuatralbo" hacia la desmemoria y el olvido, bajo la lluvia, que alborea y canta, como los gallos y sus piquetas que "cavan buscando la aurora" que pintó Federico García Lorca en su pena negra, como la noche que habrá de ser, y es ahora como termino esta carta, que deseo te llegue pronto, mi querido amigo, allí donde estés, esperándola, o es un poema que despierta en el soñar o el "solejar de las aves", que me parece lo mismo, ese que dibujase Jacinto Herrero, en las lagunas de la memoria, que no lo se, pues todo viene confundido, como la bruma y los recuerdos, que no quiero perder, y se entremezclan en la mirada y en el esbozo de esta Ciudad Desolación que sigo construyendo, siempre a orillas de un río de sombra, en mis soledades y adentros.
Tuyo
Fernando Alda
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