La soledad ha dejado sus alas
de hielo en el alféizar de esta ventana de tristeza,
que no tiene cristales,
por la que te asomas al patio de atrás,
allí donde vive el recuerdo
de la ceniza, y en el que la sombra
de un manzano ya sin hojas,
que espera otras primaveras,
ofrece una silueta exigua,
de luz usada muchas veces
para iluminar los adentros.
Un pájaro que no sabe cómo regresar
a lo que ha sido, a los nidos
que fue abandonando
en su ajetreado vuelo,
trata de superar la altura
de la tapia de adobe, el crepúsculo
en el que arde la tarde
que nos fue regalada,
y sigue esperando un viento
favorable que le lleve
más allá de las colinas y de la muerte.
Tal así tú, también,
con plomo en las piernas,
aterido, tras la tormenta,
volviendo a encender una velita,
aquí estás, esperando la intensidad del aire,
su espesor, en este alzado
de derrotas, un paisaje de zozobra,
para regresar a la Casa del Padre,
tras la ausencia atroz, y alcanzar
la celebración y el júbilo por el retorno.
Habrá fiesta, y todo volverá a bendecirte,
en la llama sagrada
que enciende las hogueras nuevas.
Fernando Alda
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