"Estando hoy suplicando a Nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a cosa que decir ni como comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora diré, para comenzar con algún fundamento: que es considerar nuestra alma como un castillo todo de diamante o muy claro cristal, a donde hay muchos aposentos, ansí como en el cielo hay muchas moradas". Así comienza el capítulo primero de las moradas primeras de "Castillo interior", o "Las Moradas", de Santa Teresa de Jesús (Ávila, 1515 - Alba de Tormes, 1582).
Cumplo hoy una deuda que tenía con mi paisana, Santa Teresa, de traer alguno de sus libros a este blog en el que amparado en la conciencia de ser un ávido lector he retomado, aunque quizá con pereza y a distancia, la reseña y relectura de libros, de muchos libros que han ido quedando en la memoria, nunca en el olvido, y que han ido conformando el paisaje espiritual que tengo presente cada día cuando abro los ojos al mundo, y aún en sueños, y que considero forman la urdimbre sobre la que he ido edificando mi vida.
No entraré en disquisiciones. El "Castillo interior" es no sólo una magnífica pieza literaria del español del siglo XVI, sino que es también una obra cumbre de la mística, de la espiritualidad, de la oración, del encuentro del alma con Dios. Y con eso está dicho todo. Hoy únicamente quiero evocar algunas cuestiones que esta mujer inquieta, andariega, de una inteligencia emocional portentosa, de una altura humana y espiritual de proporciones gigantescas, nos ha dejado para universal conocimiento, abriendo caminos insospechados que hemos de ser valientes para tratar de recorrerlos de su mano.
El lector encontrará aquí enseñanza, pero también alturas en las que habitar, si antes se ha dejado seducir por la pluma de Teresa en los libros de su Vida o en las Fundaciones que, por supuesto, recomiendo leer primero antes que éste.
Como abulense no puedo evitar mirar las murallas que circundan la ciudad y pensar, como otros muchos así lo han manifestado, si La Santa, pues en Ávila la llamamos así, con la vecindad de quien la conoce de hablar con ella todos los días, pudo haberse inspirado en este gran castillo de Castilla, en esta Jerusalén Castellana, para escribir estas "Moradas" que son como un bálsamo para las tormentas del alma. Y quizá fuese así, o ella se fijase, tal vez, en los cielos profundos de la que es la capital de provincia más alta de España, con sus 1.131 metros sobre el nivel del mar, pues estamos en una atalaya que, como ocurre en las montañas, tenemos más cerca el rostro de Dios. Estos cielos de un azul purísimo, cuando los alumbra el sol, sea invierno o verano, son regiones transparentes que se dejan habitar por espíritus puros.
En el mundo agitado, amontonado, en el que vivimos, es bueno leer, o releer, a Santa Teresa, y a San Juan de la Cruz, para olvidarnos de cuitas, de agobios, de problemas sin solución que tantos desasosiegos nos provocan, dejándonos las entrañas, los "adentros", a la intemperie, que diría José Jiménez Lozano, otro abulense, de Langa, que tan bien entendió la aventura espiritual de Teresa y de Juan, empeñados en encontrar el Todo en la Nada, el Todo en estos paisajes desolados de Ávila, encinas y granito, y en estos cielos que parecen abrirse y nos dejan avanzar hacia lo Alto simplemente con la mirada.
Si leemos a Santa Teresa encontraremos, acaso, esa ínsula secreta que, como Ulises con su Ítaca, buscamos con denuedo y no siempre con fortuna en los resultados. No diré más, dejo al lector sabio instalado en esas estancias de las que nos habla Teresa, y descubra él mismo, por su propio pie y con sus ojos, las bellezas que encierran.
Fernando Alda Sánchez
Como siempre, una portada. Esta vez la correspondiente a la edición de EDAF, a cargo de Guillermo Suazu, con motivo del V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa, en 2015.
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