"Desde mis poemas", Claudio Rodríguez (Zamora, 1934 - Madrid, 1999), es una recopilación de los primeros cuatro libros de este poeta, una edición realizada para Cátedra por el propio autor y que hoy me ha venido a la memoria con fuerza, especialmente los primeros versos de "Don de la ebriedad", el poemario con el que Claudio Rodríguez obtuvo en 1953 el Premio Adonais.
Esos versos dicen así:
"Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras".
Era una nueva poesía en la España de posguerra, incluso dentro de la denominada Generación del 50, a la que Rodríguez pertenece. Él es ya un poeta, junto a otros, como Carlos Barral, Francisco Brines o José Ángel Valente, todos ellos de especial mérito poético, que solo tangencialmente adopta la norma establecida de la poesía social imperante en aquella década. Este grupo proclama un tipo de poesía en la que no hay testimonio, sino una vía de conocimiento.
Claudio Rodríguez confiesa en la introducción a "Desde mis poemas" que la recopilación de los mismos ha sido un "encargo embarazoso y, desde luego, inútil. Porque lo que me ha sorprendido al releer mis versos es la carencia de familiaridad hacia ellos. (...) El grado de acercamiento hacia mi obra, en mi caso, es lejano".
Y luego nos dice que "si la poesía, entre otras cosas, es una bùsqueda, o una participación entre la realidad y la experiencia poética de ella a través del lenguaje, claro está que cada poema es como una especie de acoso para lograr (meta imposible) dichos fines", por lo que con el paso del tiempo "el autor no pude darnos sino unas orientaciones volanderas a cerca de sus palabras. Lo cual no es renegar, borrar, hacer o rehacer, sino aceptar la fluencia de la vida".
Eso es lo que encontramos en la poesía de Claudio Rodríguez, la vida, con unos versos desligados de influencias, aunque en su juventud leyese a los místicos españoles y a los románticos ingleses. De ese apego a la vida nacieron sus primeros poemas, como el propio autor reconoce, pues quiere aclarar que "mis primeros poemas brotaron del contacto directo, vivido, recorrido, con la realidad de mi tierra, con la geografía y con el pulso de la gente castellana, zamorana".
En sus poemas se da la tensión "entre la objetividad y la subjetividad", como él mismo afirma, dentro de la consideración de "la fugacidad, por decirlo así, de las relaciones vitales". Son, en definitiva, "la alianza y la condena. La imaginación y la duración compartidas, cara a cara: la sencillez en torno a la complejidad de la vida. O el intento de acompañamiento, de asimiento, a pesar de la impotencia".
Y así en "Herida en cuatro tiempos", de "El vuelo de la celebración":
"Conozco el algodón y el hilo de esta almohada
herida por mis sueños,
sollozada y desierta,
donde crecí durante quince años.
En esta alhmohada desde la que mis ojos
vieron el cielo
y la pureza de la amanecida
y el resplandor nocturno
cuando el sudor, ladrón muy huérfano, y el fruto transparente
de mi inocencia, y la germinación del cuerpo
eran ya casi bienaventuranza".
Entre las transparencias iniciales y la corporeidad final se mueve la poética de Claudio Rodríguez, una de las voces más originales y potentes de la poesía española contemporánea. Hoy, que he vuelto a retomar la relectura de libros, estas breves reseñas que en el blog había abandonado desde hace unos meses, y que ahora retomo, con la promesa de no dejarlas por más tiempo, reivindico esta voz del poeta zamorano casi olvidada, pero cuya belleza se mantiene intacta, sin mácula, a través del tiempo, como todo aquello que tiene vocación de eternidad.
Fernando Alda Sánchez
Os dejo, como siempre, una portada. En esta ocasión de la edición de Cátedra del año 1983, Madrid, que es la que guardo en mi biblioteca.
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