Como un cañaveral
ardiendo está mi alma
al saber de tu amor, Cristo,
llamaradas de estrellas al nacer,
una noche de silencio y de oración
eterna, solo Tú, Amado,
desvelando el camino y la Verdad.
Así siempre, en lo profundo
del corazón, pues amanece
al recordar la sal,
el humilde grano de mostaza,
los pozos en los que se esconde
la nieve, la vida, es el alba
perpetua de la Resurrección,
no el mundo, sino otro Reino,
la esencia que desde lo hondo
resuena y aflora en un manantial
de luz que como el sol abate las tinieblas
y alumbra el fulgor
del día y de la esperanza.
Fernando Alda Sánchez
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