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lunes, 17 de febrero de 2020

Recuerde el alma dormida




          Hoy ha amanecido con una luz turbia, como de nieblas sin terminar de hacer, como de aguas revueltas, de heridas sin cerrar, de espejos carcomidos que solo reflejan quimeras, y uno no acierta a entender bien lo que ocurre, por qué caminos discurrirá el día o qué mapas será necesario utilizar para llegar a cubierto. El mundo ruge, como un león hambriento, y amenaza con devorarnos, mientras permanecemos impasibles ante la extinción.

          La memoria no refresca los recuerdos, parece adormecida, y tratas de buscar alguna lectura que dejase un surco, un esbozo, un rescoldo, para aferrarte a ella. El tiempo parece perdido y entre el tormento y el éxtasis vas dejando jirones de sueños, retazos del alma, desgarros en el corazón, que hoy no quiere avanzar, como amedrentado y lloroso, perdido entre brumas o neblinas, inerte y solo, a merced de los vientos de poniente.

          "Recuerde el alma dormida,
            avive el seso y despierte
            contemplando
            cómo se pasa la vida,
            cómo se viene la muerte
            tan callando".

            Los versos con los que Jorge Manrique inicia las "Coplas a la muerte de su padre" son los únicos que el viento de la voluntad parece querer hoy arrancar de lo más profundo de las entrañas que nos avivan y sostienen. Bien pudieran ser estos versos no solo los que el poeta dedicó a su padre muerto, sino que son los versos que pudieran haber sido escritos para nosotros, pues ahí estamos, camino a la muerte, contemplando cómo arde el mundo, cómo se pasa la vida como flor de hierba que amanece y será segada en las horas siguientes, postrero homenaje a todo cuanto fuimos.

            ¿Recordará nuestra alma que está dormida y que conviene despertar, avivando el seso? ¿O seguiremos anestesiados, tan anestesiados, tan torpes y necios? Las preguntas hoy parecen el sendero que trataré de recorrer, como si no lo hubiese andado nunca, y todo esté por descubrir, para mi asombro.

             Y como caminante hacia Emáus, con el corazón ardiendo, digo con Manrique que

          "Dejo las invocaciones
            de los famosos poetas
            y oradores;
            no curo de sus ficciones,
            que traen yerbas secretas
            sus sabores.
            A Aquel solo me encomiendo,
            Aquel solo invoco yo
            de verdad,
            que en este mundo viviendo,
            el mundo no conoció su
            deidad".

            Así, abandonados los venenos, las plantas secretas, los estragos de la fama y del placer, vuelvo el rostro hacia Cristo, que me amó hasta el extremo, para no perder el rumbo en este caminar por el valle de las sombras, por la cañada oscura de la muerte, como dice el salmista, buscando la esperanza. Tengo encendida una velita, una pequeña candela, un candil, una breve tea, un cabo de cuerda, para decir que aquí estoy, esperando, en medio de la inmensidad de las tinieblas. Dios, que todo lo ve, sabrá encontrarme cuando le invoco.

          Mas no quiero perderme hoy en estos dédalos de tristeza, en estos laberintos de melancolía, en esta maraña de sentimientos que terminarán de pudrirse al sol de la inconstancia. Es preciso caminar, seguir avanzando, aunque sea a ninguna parte, simplemente por el hecho de sentir el movimiento, el aire libre y despejado sobre las sienes, en la cara que ocultamos tras tantas máscaras como se superponen en nuestro vivir.

         Hace ya muchos años que recorro los cauces de los ríos buscando el mar, la Casa del Padre a la que volver. Ciudades y encrucijadas, caminos, gentes, un peregrinar de pájaros solitarios que en altura viven, como escribía Jacinto Herrero en uno de sus poemas más hermosos, nunca en bandada, sino libre, como el alma, el bien más preciado que a los hombres dieron los cielos...

         "Este mundo es el camino
           para el otro,  que es morada
           sin pesar"

y camino junto al poeta, sabedor de que aunque la vida es corta, los trabajos son muchos, y los afanes vienen crecidos, en ocasiones irrealizables, por lo que habrá que tener teresiana paciencia, que es la que todo lo alcanza. Despierta el alma y conoce, sabe de lo Alto, y aunque en bajezas y miserias entretenemos los días, el mar nos espera, muy adentro, sin miedo.

         Quisiera encender otras nostalgias, pero el pedernal no arranca y la yesca parece mojada, así que el fuego viene hoy mustio, de poca cosa, de encogido, de nonada,  y tendré que confiar en la Providencia para prender una hoguera de náufrago en esta ínsula en la que todo parece perdido, sin estarlo, y en la que la realidad es extraña, como nunca soñada o entendida, y el viento y la luz se confunden en una mezcla de nubes sin sombra, de llantos sin rostro, de aparecidos irredentos.

       En el jardín se convocan trinos y poemas, las primeras flores de los almendros, adelantados, como siempre, a las heladas que luego serán la tumba de tanta belleza, mientras el lilo quiere brotar, quizá correr en su ansia por nacer de nuevo. Un verso de Antonio Colinas, de su "Sepulcro en Tarquinia", resuena en la transparencia del aire y rueda hasta mis labios, la voz nunca nublada

         "se abrieron las cancelas de la noche,
           salieron los caballos a la noche,
           campo de hielos, de astros, de violines,
           la noche sumergió pechos y rosas,
           noche de madurez envuelta en nieve"

y en el recitar del poema encuentro acomodo, como si no estuviese nunca cansado, siempre ágil la remembranza y el núbil despertar de lo que fue la mañana.

        Recuerdo, luego existo, y la nieve no será sepultura alguna, sino comienzo, un alumbrar de estrellas y de deseos.

Fernando Alda Sánchez

(Foto: pixabay)

     
         

         



           

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