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lunes, 10 de febrero de 2020

Se nos ha olvidado vivir


          La fría mano de la luna de nieve que en estos días luce en medio de la noche, sobre una ciudad llena de torres de sombra, parece buscar la raíz misma del dolor, del sufrimiento de la existencia en esta sociedad del descarte que estamos construyendo y en la que todos los días hay víctimas caídas en el fiero combate por sobrevivir.

         Vivimos en una sociedad en la que todo tiene que ser permanentemente nuevo, en la que lo que ha ocurrido hace diez minutos ya en viejo a los diez minutos siguientes, sin siquiera darle una oportunidad no ya al pasado, sino al mismo presente, pues nos vemos obligados a vivir siempre en futuro, mirando al futuro como una deidad que acaba por devorarnos, pendientes de una renovación absurda para no parecer obsoletos.

         Y así nos va. Has cumplido más de cincuenta y ya estás condenado a desaparecer. Ya eres viejo para un mundo laboral en el que la voracidad de los beneficios, en lugar de la dignidad de la persona, está por encima de cualquier premisa. Si con esa edad has perdido el trabajo, probablemente has perdido también lo mejor de tu vida, pues te espera un calvario hasta que algún día puedas alcanzar una jubilación miserable.

       Es solo un ejemplo, brutal, desde luego, pero un ejemplo entre otros muchos, pues ese monstruo postmoderno que alimentamos ciegamente a base de las mentiras que nos cuentan a través de la publicidad, de mundos idílicos en los que la felicidad se alcanza comprándose un coche o realizando un crucero por cualquier archipiélago de moda, termina por imponernos sus reglas: entiéndase, eres joven, tienes derechos; eres viejo, estás condenado al desempleo, a la eutanasia, a la marginación, a la exclusión y, poco a poco, a la soledad. Eso sí, luego, cuando vemos algunas noticias, que olvidamos pronto, algo se nos mueve en las entrañas, pero estamos tan anestesiados, tan adormecidos, tan idiotizados, que seguimos, como un hamster, dando vueltas y más vueltas en la rueda de la producción.

      Se nos ha olvidado vivir, atentos siempre a tener, a poseer, a codiciar, en lugar de ser, de creer, de compartir, pendientes de tratar de habitar un fin de semana que desearíamos fuera perpetuo en el que empujar un carrito de supermercado en el centro comercial para llenarlo de cosas que no necesitamos y que nos hacen vivir de forma permanente en una angustia vital que nada de este mundo puede llenar.

      Hoy me he levantado más pesimista que de costumbre, más triste, quizá más lúcido, pues compruebo que somos nosotros los que alimentamos un sistema que nos destruye, que nos tiraniza, que nos inhabilita, que nos vacía por dentro, convirtiéndonos en hombres de paja, en los hombres de cabezas huecas, en nuestros propios verdugos, pues corremos con las orejeras puestas una loca carrera de extinción.

     Ni siquiera puedo edulcorar cuanto digo con algo de literatura, con hermosas palabras, con  bellas imágenes, pues no hay metáforas para cubrir un cadáver que hiede, ni siquiera la cal viva haría su efecto. Acaso es que ya es demasiado tarde y no tenemos remedio. Confieso que a mí me queda Dios, al que rezo todos los días, para saber, como Jonás, a qué Nínive es al que tengo  que ir. Y me queda el abrazo de Cristo, que es amigo, y al que miro en la Cruz convertido en un despojo, después de tanto sufrimiento, y se que resucitará y que por tanto hay esperanza. Y me queda mi mujer y mis hijos, que tanto me aman y a los que tanto amo, y con lo que comparto la Vida, así, con mayúsculas, pues no de otra forma podremos vivirla.

     El mundo sigue girando vertiginoso, algún día nosotros nos habremos ido y todo seguirá igual, pues nuestro empeño no es otro que el de no querer vivir, aferrados como estamos a tanto ídolillo de barro como nos sale al paso. Pero por hoy basta, ya he dicho suficiente, no te canso más, querido lector, que bastante tienes con tus desvelos y desasosiegos. Discúlpame estas tristezas, pero tengo que decirlas pues me arden en la boca. Se que serás indulgente conmigo. Te deseo con fervor que encuentres luz en tu camino, asideros para resistir estos embates tan terribles, para no ocultarlos, sino para hacerlos frente. Prometo estar a tu lado en esta travesía en la que no nos podemos permitir el lujo de dejar atrás a nadie, y menos si está solo, enfermo o herido. No le hagamos el juego al sistema que nos devora. Resistamos. Nos va la Vida en ello.

Fernando Alda Sánchez


 (Foto, Pixabay)





       

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