El cinabrio de la tarde
dejó huellas de sangre
en la mirada, como
si ardiese el mundo
y entre las ascuas estuviesen
ocultos tus ojos,
inmenso el aire
que te abraza y piensa.
Desde esta ventana
sin cristales contemplas
el pasar de los recuerdos,
de lo que fue vivido
y ahora es nada,
creciendo en las médulas
el espeso tallo del olvido.
De arena es la voluntad,
que se deshace con el viento
y solo te acompaña
lo que sueñas, la ruina
de la lengua, algunas
brasas ya frías de amor,
la fuga del agua,
que busca nuevos caminos,
como queriéndose perder
en estos espacios
vacíos, de nada
oscura, de sombría memoria.
Y así el pulso,
desnortado, arrumbando
estrellas en el cajón
húmedo de la noche,
esperando
la espera, de azul
un verso que cae y se levanta,
un pétalo de palabras
en un incierto poema,
con el sabor del vino
último pintando
aún los labios.
Todo tiembla.
Fernando Alda
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