La poesía es el sexto sentido del ser humano, pues nos permite comprender el mundo y sus misterios, asomarnos a él de otra forma, abrir puertas para escapar de esta prisión en la que el alma se encuentra.
Por eso, desde que los poetas cantaban a los héroes o a la incierta luz del amanecer, es el oficio más hermoso del mundo aunque quizá, también, el peor pagado, y puede que hasta uno de los peores vistos, pero la poesía, por otra parte, es el arte más elevada de todas las Bellas Artes.
Los que, además, tenemos la suerte de creer en Dios y de estar acompañados por Cristo, que nos mira desde las penumbras de la vida, contamos con un añadido más: la poesía es un camino para trascender de nosotros mismos y viajar hacia lo Alto, para buscar, como los místicos carmelitas, el Todo en la Nada, para alcanzar el encuentro con el Amor de los Amores.
Os confieso que, además, escribir poemas me ha liberado en muchas ocasiones de la trampa del cazador, de la locura y la muerte, del aguijón afilado del dolor y la indiferencia, de la dictadura del tiempo y su carcoma, y me ha sostenido, en medio de las tormentas, cuando estaba desarbolado mi navío.
Escribir es creer y buscar la belleza, aunque no sabemos siempre bien en qué lugar se encuentra, acaso en el rostro de Dios, que algún día veremos al completo, pues ahora está velado, en un claroscuro, pues los mapas con los que contamos para llegar a estos lugares tan hermosos, que pertenecen a nuestros adentros, no figuran en los atlas al uso, sino que más bien están en el territorio incógnito de la imaginación y de la sensibilidad. Son un don de Dios, por supuesto, que a los poetas nos entrega para que seamos capaces de iluminar la vida, de encender sus rescoldos, de hacer que la hoguera de lo humano arda y nos lleve hacia lo eterno y trascendente, hacia quien solo es capaz de llenar el inmenso vacío que sentimos en nuestro tránsito por la Tierra.
Fernando Alda
No hay comentarios:
Publicar un comentario