Mi querido amigo:
En estos días tengo la suerte de ver campear por los cielos sobre mi casa un ejemplar de águila imperial, y su vuelo sereno y majestuoso me hace pensar en que tal vez Dios me protege y acompaña, a mí y a los míos, en estos momentos adversos que vivimos, aunque también es verdad que me siento acompañado por alguna parejilla de carbonerillos, de los que se han avecindado con nosotros, o con un mirlo, hasta con la burlona urraca, que suele venir al caer de la tarde como para decirme que el día se acaba, aunque el sol volverá, ardiente y puro, tal el oro, con el alba.
Decía José Jiménez Lozano, recuerdo que en alguno de sus Tres cuadernos rojos, que fueron los primeros diarios que publicó y que resultan como un acta notarial de sus estados de ánimo, de lo que iba pensando, en su "Petit Port Royal" del Alcazarén en el que vivía, que necesitamos estar acompañados, aunque sea por una piedrecilla, por una simple cuerda con la que vino atado un paquete de libros, y yo me lo creo, pues en muchas ocasiones me he sentido así, acompañado por el dibujo de una nube que flotaba ingrávida en el cielo, por la sombra de un árbol, por el sonido del agua al manar en una fuentecilla que nace entre el verdor de unos juncos, por unos versos indecisos y pobres que he escrito, como si fuesen unos simples garabatos infantiles en un cuaderno viejo, mientras estaba distraído, viendo nevar, o, también, por alguna lectura de Novalis o de Juan Eduardo Cirlot, que sigue soñando, pese a no estar entre nosotros, con Bronwyn y su rubia cabellera, que parece, talmente, la de Berenice, recién llegada Del no mundo, hilvanada entre la noche y las estrellas.
Éstas son nuestras soledades, de las que venimos, como le ocurría a Lope de Vega, entre las que vamos pasando nuestros días, pues, tal vez, nos ocurre que
"Pasan las negras nubes por el cielo
blanco.
Pasan los crisantemos de los soles
ávidos.
Pasan los cementerios y las rojas
avalanchas de muertes indelebles.
Pasan"
como cantaba Cirlot en uno de sus poemas, pues
"A veces me refugio entre las telas
de un absoluto oscuro del que ignoro
la forma y el sentido, pero no
la fuerza con que acoge mi pasión.
Todos mis vasos ciegos se reanudan
en los acordes verdes del ocaso.
El mar anaranjado se desborda
entre rocas azules como espasmos"
Y así, muchos días, como en alguna ínsula, puede que la de Barataria, entre estos cielos de un azul inmaculado de Ávila, tan cerca de las alturas y de lo Alto, esperando, con mi velita encendida, apenas un pábilo titilante, para no caer en los abismos, para ser, para estar, y seguir viviendo, en compañía de la soledad o la ausencia, encendiendo rescoldos y primaveras, soñando con un archipiélago en el que crezcan las hespérides que me lleven al Vellocino de Oro, tal un argonauta más, en egeos mares, circunnavegando el perfil de la Ítaca lejana desde la que me escribe Ulises, como yo lo hago a ti ahora, cartas de desasosiego y melancolías, llenas de desmemoria, iguales a la que tú y yo sentimos en ocasiones, demasiadas, acaso, que nos parece habitan en lo más hondo de nuestros adentros, allí donde resulta difícil llegar y alcanzar a poner alguna luz, aunque pequeña y desolada.
Es estío, que nos ofrece ahora todos sus frutos, los días parecen abiertos y largos, como si la noche no hubiese de venir nunca con sus velos de tiniebla y luto, y cuando llega las estrellas parecen más cerca también que en la invernada, cuando el firmamento se queda raso, muy hondo, sin nubes, y la helada templa los cristales nocturnos, aquellos en los que se dibuja un cielo de estrellas que brillan en medio de la nada.
Una de estas noches hicimos cine de verano, con la familia. Un lujo que de vez en cuando nos permitimos si el viento se ha echado un poco, a descansar, o se ha ido a dormir, y la temperatura nocturna lo permite. Es toda la magia del cine al aire libre, y tanto a mayores como a pequeños nos encanta sumergirnos dentro de esa atmósfera que se crea, en plena conjunción con la noche y con la película. Vimos, te lo cuento como anécdota, la última versión de la erupción del Vesubio que sepultó a Pompeya entre lava y cenizas y, fuera aparte del guión, que tenía, como no puede ser menos en un peplum que se defina digno de esta categoría cinematográfica, sus gladiadores y senadores, sus legionarios, sus intrigas y luchas, su historia de amor, el inevitable anfiteatro y, por supuesto, sus decorados y su gloria. Por encima de todo ello, a uno le vienen a la cabeza otras cosas, como la destrucción de las obras humanas por la naturaleza, la vida, en la que parecemos extranjeros sujetos a leyes que desconocemos, y el corazón, que siempre lucha y es generoso, para sobrevivir en medio de la adversidad, como le ocurría a Viktor Frankl, que encontró el sentido de la vida en el lugar más terrible que haya existido jamás sobre la tierra, el campo de exterminio de Auschwitz.
Hoy es sábado y el día se asoma a sus balcones tranquilo, como el soldado que espera descanso en medio de la formación, tras mucho tiempo de haber estado en firmes, y las horas se desgranan al compás del sol, que sigue ascendiendo hasta el mediodía, con inevitable parsimonia, como si el tiempo no existiese y su carcoma hubiese dejado de roer los nudos y vetas de la madera que nos sostiene. Es buen momento para leer o escribir, a la sombra, dejando correr el tic tac del reloj como el que deja fluir el agua, que, como nos recuerda Jorge Manrique, es la vida, su aventarse hacia el mar, en el que están todas las pérdidas, todas las ausencias, allí mezcladas, en la orilla o en las profundidades, entre el oleaje que a todos nos iguala.
A la memoria me vienen unos versos de T.S. Eliot, de La tierra baldía, en los que se pregunta
"¿Por qué el águila vieja extenderá sus alas?
¿Para qué lamentar
El extinto poder del reino acostumbrado?"
y yo retorno a ver el águila que sobrevuela mi casa y mi jardín, en estas lejanías desde las que escribo, tan lejos, tan cerca, pues como Eliot, puede que
"...no espero volver otra vez
Porque no espero
Porque no espero regresar"
aunque nos pasemos la vida rebuscando en el pasado las raíces que nos hacen falta para sostenernos en pie, erguidos en la llanura, contra el viento, como juncos o cañas quebradizas que piensan, tal Blaise Pascal, que parece decirme, en estos momentos, que en el mundo, que se nos parece las más de las veces tan otro y tan ajeno, no estamos solos, hay otros pábilos encendidos y que es cuestión de ir a buscarlos, para no quedarnos en medio del desierto o de la noche, y que Cristo nos sigue mirando desde las penumbras de la vida, desde los claroscuros de algunas ermitillas, como las que uno suele encontrar en los oteros de esta Castilla mía que también me acompaña en estos tránsitos y desvelos, pues nos ama hasta el extremo y, no lo dudes nunca, nos acompaña en esta senda hacia la eternidad.
Ya sabes que tuyo siempre, esperando tu carta
Fernando Alda
Que carta tan hermosa, por fin tengo algo de sosiego, aunque no todo el que quisiera aún, para deleitarme en lecturas como la tuya.
ResponderEliminarHasta muy pronto, espero.
Hola, Mayte, guapisima. Es un placer saber que lees estos desvarios míos, estas melancolías que me nacen del alma. Deseando verte muy pronto! Un beso!
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