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Es el sueño del bosque
el que ahora arropa la raíz
de la madreselva,
el dormir del musgo,
la sensación imperceptible
de la hierba que crece,
el silencio de los helechos
mudos bajo la lluvia.
Lorigas enterradas,
adargas,
espadas herrumbrosas que amanecen
descarnadas, buscando
su filo, la mórbida
lucidez de un pilum
doblado, su vencida
extensión tras la batalla,
el aire que falta
en esta estancia cerrada
y ciega
que es difícil de abandonar
pues pesan las piedras,
como despojos,
que guardaste en las alcancías
del aire,
por si te hacían falta
en alguna ocasión extrema.
El mundo inmenso
bajo tus pies de barro
frío, de sombra
azul, de escarcha,
ahora que has perdido,
en la mano un cetro
de humo gris,
una corona de paja
sobre las sienes huecas:
solo el desastre, el todo
por el todo, la nada
abyecta, un paisaje
cinerario
que no olvidarás en el destierro
de esta región yerta
a la que te encaminas
con pasos tan trémulos,
tan desangelados,
vencido. Arde la luz,
despierta.
Fernando Alda
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