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Cuando ya no sabes
cuál es el nombre del mundo
y no reconoces el alzado
de lo que es la vida,
y en los ojos niebla,
una bruma de muertos,
la alfombra de huesos
que la desmemoria te ofrece
junto a los crisantemos
que viste en la mañana,
caminando,
perdidas las singladuras
que tejieron tus días,
esos mares antiguos,
un oleaje de algas
y caracolas, de hipocampos
y sol, naos de sueños,
un cantar dulce de sirenas
núbiles, espuma
de las horas a favor del viento,
y ahora es solo mirar,
como derrumbándose
las atalayas y la certeza,
el pulso de lo escrito,
la celebración de la edad.
No hay espejos en los que reflejar
la tristeza, las cicatrices
y la carcoma del reloj,
la voluntad vencida,
en astillero seco,
esperando un beso de salitre,
de óxido viejo,
de maroma húmeda,
como una embarcación
que duerme sus viajes
a la orilla de una playa
vacía,
varada constelación,
luceros apagados
que aún arden como recuerdo
tras la noche, fuego
fatuo de una extinción
lenta,
alejándose.
Y es deseo ahora todo cuanto
quisieras, mas
no alcanza la voz
a ser,
a repetir las órdenes
o a expresar
cuando se incendia
en los tuétanos desarbolados
y quiere brotar
en las lágrimas.
Cierta la aurora
que aguardas
en este acantilado
de sombra.
Fernando Alda
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMe encanta como enlazas las palabras y pasas de unas ideas a otras. Me llama especialmente la atención cómo has has incluido los elementos marinos en la parte central del poema consiguiendo darle naturalidad, fuerza y belleza. Precioso poema!!!
ResponderEliminarMil gracias, Cristina, por leer y por lo que dices. En ocasiones el poema es un río de aguas turbulentas... Un abrazo
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