Los últimos ocres, amarillos, rojos, resisten apenas en las ramas desnudas de los árboles. Ya no hay brasas, ni rescoldos. El otoño ya solo es un lamento de si mismo, un recuerdo. El día viene hoy tan gris que no da tregua. En la memoria, solo huecos, puro olvido, tormentas de polvo, y el corazón está aguardando la lluvia o la niebla, para ocultar su pesar, los destrozos del tiempo.
Únicamente la escritura parece ser la tabla de salvación, el clavo ardiendo, el último vaso de agua en el desierto más ardiente. Todo se desmorona como si estuviese hecho de arena, de vidrio molido, de cenizas turbias en supensión, de un aire acre y violento que enerva los pulmones en esa atmósfera cerrada en la que habita la vida en este instante.
Carpe diem, parecen decirte los sentidos, en voz baja, pero nada prende en el corazón, que va a la deriva, desarbolado, en medio de una noche eterna sin estrellas ni lunas viejas, buscando el rigor mortis de la helada que ya se presiente para las próximas horas, cuando despeje, y en ese desnudarse del firmamento todo quedará a la intemperie, hasta el fondo de los ojos, en los que se perderán los paisajes imaginados, las naturalezas muertas, los bodegones de la tristeza.
Y escribes, claro, para no estar sin vida, para eludir la locura, para encender, acaso, un pábilo, una llamita, y soplar fuerte para que se encienda la leña que queda en el derribo de todo cuanto fuiste, de todo cuanto quisiste ser y ahora se amontona en desvanes sombríos y húmedos, en lóbregos pasillos, en desventradas cajas de cartón, en mohosos sacos y podridos odres en los que se muere el vino que no habrá de ser bebido pues no tendrá celebración.
La muerte vendimia los últimos racimos que penden de las vides resecas, ya sin sangre, y solo esperas, imaginando cartas que traigan noticias de otros viajes, un poco de calor para tanto desnudo como soportas, un poco de aliento sobre los dedos fríos, una taza de caldo tibio,
un abrazo de algún amigo, un beso en la lejanía, un pañuelo al viento, la última luz del faro del fin del mundo.
"Eppur si muove", y caminas entre los zarzales de la resignación, atravesando los tabiques del olvido, dibujando un amanecer sin sombras, camino hacia la tierra de nadie, la frente erguida, serena la mirada, silbando una melodía de desamor y renuncia. Altas las torres que divisas, ciega pasión, desafueros, hacia el destierro interior, como el Cid, cabalgas.
Fernando Alda Sánchez
(Foto: pixabay)
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