luz y árboles,
en la tarde de julio
que dora alisos
e incertidumbres.
Hay un frescor permanente
que al alma viste:
un retazo de cielo
que se asoma entre
la frondosidad de las orillas.
No quisieras salir de allí,
mas la muerte urge
en cada paso de reloj,
aunque sabes
que Cristo te abraza
y Él es tu victoria.
Las últimas brasas del día
siguen ardiendo
en la mirada, el aire
duerme, se desvanece
la urdimbre de la tarde
y esperas el nacer
de las estrellas
en la misma boca
de la noche, sobre el agua
undosa, latiente,
que fluye hacia el infinito,
hacia el olvido
y la inocencia.
Fernando Alda Sánchez
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