Inflamada está la noche
de amor divino,
tras la devastación del mundo.
Ahora, todo; luego, nada:
lucho con el ángel
en el sueño de Jacob,
y queda el alma
vulnerada, remecida
de pavesas, los ojos
abiertos bajo el agua,
luz sin sombras.
No cesa el dardo
en su empeño de buscar
el corazón, la pulpa de la vida,
el origen de los sueños.
Y así, detenido
el curso de la muerte,
resplandece el mirar de Dios,
el Espíritu que insufla
aliento, y es esencia y razón
de lo que existe.
No hay pesos que me retengan,
estoy sereno, es la lucidez
de saber que la Verdad
habita mis recuerdos,
es presente y deseo,
y en su abrirse
incendia el alma.
Fernando Alda Sánchez
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