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domingo, 8 de diciembre de 2019

La resistencia de las orquídeas





      La luz se ha quedado olvidada entre las azucenas con las que soñé en la última tarde y en la línea del horizonte. Hay un rescoldo finísimo, como la nieve en plena ventisca, acaso como las últimas hojas que quedan en los árboles en este final del otoño, antes de que el invierno asiente sus cuarteles frente a la puerta de casa, y todo sea el resplandor del puñal del hielo antes de hundirse en la pulpa carnosa de la voluntad.

     Memoria de esa luz última, diría, si no me temblaran los labios al pronunciar el nombre agraz de todo cuanto he olvidado y ahora yace bajo la arena que la tormenta ha dejado en el alféizar de las ventanas vestidas de insomnio y de desventura.

      En el buzón, una carta que habla de un desconsuelo muy antiguo, anterior a las primeras lágrimas que se vieron en el mundo. Las orquídeas que están atrincheradas en el salón resisten numantinamente la fiebre del abandono, como si fuesen un oasis de incertidumbre y de insania. Son el único reducto que queda en tus certezas antes de que la desolación devore el brillo de esperanza que aún arde en tus ojos.

      Es Adviento, y de entre el frío y el serrín de las cajas de madera has ido sacando las figurillas del Belén, esperando que Navidad sea pronto, para encontrar de nuevo la mirada del Niño recién nacido que trae la liberación. Los ángeles anuncian la Buena Nueva a los pastorcillos y hay pequeñas hogueras que brillan día y noche, mientras la estrella viaja por el firmamento con su cabellera de fuego. La infancia regresa desde las ruinas que la carrasca ha ido tapando sin misericordia, muros como encías viejas, apenas unos molares raídos que asoman entre el espesor de los años, incisivos romos y cariados que se quiebran al morder el músculo de la primera noche y de las primeras soledades con las que vistes el silencio.

     Vendrá el alba y los párpados se abrirán al compás de la rutina. Será la ceremonia de las mismas aves que cruzan el cielo que abarcas desde el jardín cerrado en el que habita, insepulta, la primavera que habrá de venir para glorificar la alegría y las flores que te esperan. Y escribes versos mudos, estrofas de niebla, en el deseo que se te atraganta en un intento por decir, de celebrar la ebriedad y el júbilo de seguir viviendo.

Fernando Alda Sánchez

(Foto: Pixabay)

   

     

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