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miércoles, 11 de diciembre de 2019

"Qué bien se yo la fonte..."


         Hay días en los que los pasos te llevan perdido, como buscando a dónde ir. Es el alma, quizá, el corazón, tal vez, los que te conducen, más que el pensamiento, esperando encontrar lugares en los que hallar alimento espiritual con el que fortalecer las certezas y la fe. En Castilla, y en Ávila, es posible encontrar muchos de esos paisajes, humildes en ocasiones, otras grandiosos, en los que el peregrino sabe que es bueno detenerse, esperar, ver la luz crecer, y descubrir lo que tanto desea.

        Mientras escribo suena la lluvia en el tejado de casa como un don, cuando amanece, y recuerdo que lo que refiero era en una mañana luminosa de estos días finales del otoño como solo lo son las mañanas de Ávila en esta época del año. Pronto sale uno de las grandes rutas y comienza a perderse por los vericuetos, por el dédalo de caminos y carreteras locales que se entrelazan como las cerezas y que llevan, sin saberse bien cómo o por qué, a todas partes en esta provincia. Y de allí por El Parral, hasta la ermita de la Virgen del mismo nombre, bajo la cual nace un venero vigoroso de aguas medicinales, buenas para los eccemas y el herpes zóster, entre lomas y tierras de labor. El correr de la fuente evoca la vida, que busca el mar por el cauce del río próximo.

      Detenido el tiempo en estas profundidades, camino a Vita, Herreros de Suso, buscando encrucijadas, para ir luego a Blascomillán y a Duruelo. Éste fue la primera fundación de carmelitas descalzos de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, que fuera luego, en el año 1947, si la memoria no me falla, Convento de Duruelo, con Santa Maravillas de Jesús  y monjas carmelitas, también descalzas. Es una delicia impagable, para el reducido grupo familiar que vamos, orar ante el Santísimo en la capilla, llamar luego por la campanita y hablar con las hermanas a través del torno en esta era desbocada de internet y redes sociales. Antes de llegar, la fuente de San Juan de la Cruz, junto al camino, no para saciar hoy la sed, pues no hace calor, sino para regar el interior del alma: "que bien se yo la fonte que mana y corre..." y allí podría quedarme todo el día, junto al agua, en estas soledades.
     
      Al ver este paisaje sin tiempo uno entiende bien por qué los místicos carmelitas son de Ávila, por qué buscaron el Todo en la Nada, por qué el Señor eligió estos lugares apartados y solitarios, tan difíciles de encontrar en el XVI y casi ahora también. Aquí respira Dios, oculto entre la luz, entre los encinares, esperando el amor de los hombres. Es ruta teresiana entre Ávila y Salamanca, pues cerca está también Mancera de Abajo, y no muy lejos ya Alba.

     Y seguimos camino, o caminos, hacia San García de Ingelmos y Mirueña de los Infanzones, buscando el embalse del Milagro y la Sierra de Ávila, por Muñico, entre milenarias encinas, algunas de las cuáles parecen seres mitológicos, hacia Cillán, por carretera más ancha, y Chamartín, esperando escalar las murallas del castro vettón de la Mesa de Miranda. Y la necrópolis de la Osera. Desde aquí se divisa la llanura abierta, los cielos altísimos, como si no hubiese horizonte y toda la tierra fuese plana por un instante. En los avatares del camino, ríos como el Zapardiel o el Almar, apenas sin agua. Cerca está la Ermita de Nuestra Señora de Rihondo, y en las alturas de este paisaje desolado, no muy lejos, la de Nuestra Señora de las Fuentes, también con su manantial bajo los cimientos. Y San Juan del Olmo. Luego, hacia Ávila, Benitos, Sanchorreja, también castreño, y la Venta del Hambre, en medio de nada, esperando inútilmente viajeros de paso. Ya vuelve a soñarse  Ávila, o acaso la Constantinopla que imaginaba José Jiménez Lozano, erguida sobre sus muros frente al Valle Amblés, al otro lado de la Sierra, con el Adaja arrodillado, sobre el que se mira entre amores roqueños y suspiros largos.

    ¡Tanta belleza por todas partes! Un regalo, sin duda, este haber ido pisando las huellas de Teresa y de Juan, y este perderse entre cantos y santos, viviendo la historia y las vicisitudes de cuántos por aquí han pasado antes. Próximo está el 14 de diciembre, día en que muere Juan de Yepes. No anda lejos su Fontiveros natal. Sin mirar el reloj, solo dejándose abandonar como lo haría uno en los brazos de Cristo, pues su carga es ligera y su yugo suave, como nos recuerda el Evangelio, y en el desasimiento místico encontramos acomodo saliendo al encuentro del Amado, de su dardo enamorado y poderoso, que nos abrasa. Y sin saber por qué, o no queriendo saberlo,  me acuerdo de Bernini, y de Roma, y de la transververación de Santa Teresa, y todo ocupa su lugar en la memoria, y me parece bueno en este desvarío de caminos, de fechas y de retornos.

    Son paisajes para los que buscan, para los que caminan. "¿Y vosotros, qué buscáis?" dijo Cristo a sus primeros discípulos y yo, salvando todas las distancias, te pregunto a ti, querido lector, qué es lo que buscas, qué senderos anhela tu alma, qué luz quieres para tus ojos, de qué pozo quieres sacar el agua que ha de darte la vida... Y aquí te dejo, con tus oraciones y tus pensamientos, en este paisaje de aire, de luz, de nada.


Fernando Alda Sánchez

(Nota: La foto, que ha realizado el que suscribe, corresponde al Convento de Duruelo, Blascomillán, Ávila. En concreto a la ermita que se levanta en la que fuera la primera fundación de carmelitas descalzos realizada por Santa Teresa y San Juan de la Cruz).




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