en Él habito. Hacia las altas
cumbres del Monte Tabor me conduce
para encender la nieve
y la blancura del alma.
Nada temo, su mano es firme
y su voluntad misericordiosa:
me ama desde el seno materno
y no permite que caiga
en las cenizas de la fosa.
Para mi ha preparado
el Banquete de Cristo,
y en sus ojos hallo
la luz y el aire que me faltan.
Mi copa rebosa de bendición
y será grande mi heredad.
Nada me falta.
Fernando Alda Sánchez
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