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Una lluvia de primavera
que enaltece el mirar
de las flores, su paso
lento bajo la luz del cristal
oscuro,
vencido el invierno
que cubrió de blanco
los tejados,
muerta la noche muerta,
abandonada,
es la celebración de la voz
ausente,
como un canto antiguo,
la edad herida,
el oro y el silencio,
la terca persistencia
de la derrota.
Uncido está el yugo
del tormento,
saqueadas las alforjas,
vacías las ánforas
en las que se guardó
vino o aceite de los días
de gloria,
de la voz yerta, de los ojos
cerrados, del magro
pábilo que ilumina
lo escrito y anunciado.
Brindarás con un acre
licor por las horas
y las angustias, por los oráculos
no cumplidos,
fuego sagrado que se apagó
en los pebeteros del insomnio,
como esa agonía
que te arde en el pecho
cada vez que levantas la vista
para buscar un horizonte
cierto.
Sabe a sombra y albahaca
tu destino, el pulso
vibrante de un laúd
que sueña en la estancia
de la melancolía, ardida
aurora, músculo
aterido que despierta
al ruido de todas las victorias.
Nombre le das a la vida,
y la colmas.
Fernando Alda
Hermoso poema.
ResponderEliminarMil gracias. Me alegro que te guste
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