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Alcores de fuego y turbia
sombra, colinas
ensangrentadas en las que murió
el deseo, el árbol
y la espera, la feble
luz que viste el despertar
de las auroras.
¿Dónde el fulgor
de la memoria,
el espejo gris de la mirada,
el canto de los héroes,
el esplendor de las leyendas?
Yace aquí la alegría,
el resplandor de las victorias,
la armadura de bronce
y el aire de las campanas,
sepultura es de hombres
esta tierra enrojecida,
el paisaje desvelado
en las médulas y el oro,
el fragor de la batalla
que va culminando
la desolación y la desventura
en esas horas que perdiste
en los andenes, en las tardes
frías, en el ver por dentro
la consistencia del rayo,
el pulcro ocaso
de las maneras y la discordia.
No regresan las ascuas
de lo que fuiste,
ni el vendaval enciende
las hogueras del otoño:
solo hay nombres
ahogados, la decapitada
belleza de las estatuas de mármol,
la ruina creciendo
en las alcobas, el roto
clamor de la hiedra.
Fernando Alda
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