Si la noche levantó presagios,
si hubo aves agoreras, si le buscaba
la justicia y fue preso en un atardecer
de otoño, y hoy pende de esa encina
seca, nada dicen sus ojos,
ya cerrados, gozo ahora de los cuervos,
ni los leprosos, que visten
su ropa, ni su corcel
que lame sus pies ya negros.
Nadie tuerce la vista a su paso
o evitan ese camino que se tornó demasiado
fatigoso. ¿Encontrará alguien que doliente
descienda ese cuerpo y lo entregue
a la sepultura? Habrá de esperar
a los soles o a las lluvias
para volver al polvo, y hallar
el reposo que le fue negado.
Fernando Alda Sánchez
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