Ese Cristo muerto que no
quieres mirar, tan solo en el madero,
tan abandonado, ya sin sangre,
y que nadie desprende y únicamente
el viento abraza,
ese Cristo que en la noche es el incesante
silencio, la brasa del vacío,
o el abismo de la duda y el helor
del olvido, clama tu nombre,
y sigues huyendo, pues no quieres
ver sus ojos mordidos de lágrimas
o la ceniza flotar en sus iris
con el destello de las tinieblas.
Ese Cristo tal vez seas tú...
No hay luceros, ni una hoguera
arde como señal: ¿Te atreverás
a cruzar el páramo sin volver
la mirada o llorar en soledad?
Fernando Alda Sánchez
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