Solo un hombre cansado que mira
silencioso ponerse el sol,
el fracaso del camino en los alcores,
y que acaricia el acónito
en el sueño o deja
abrasado el corazón en cada despedida.
No es la distancia el verdugo
de la mirada que aún tiembla
con el trazo de la memoria,
ni la maldad de las zarzas
crece en la nostalgia que supo
del beso; acaso el pecho
devastado todavía se aflija
cuando el nombre de la muerte
se escriba en el alba o cuando la sombra
de los tilos abandone la ciudad.
Fernando Alda Sánchez
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