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viernes, 29 de noviembre de 2019
Entre dos luces
Entre dos luces viene hoy el día, una la del sueño, y la otra la luz de la lluvia, que se desangra en un lento goteo como de llanto contenido. En esa incertidumbre, pues no sabes si amanece o es el ocaso, el alma rescata sus dudas, esas que guarda en el fondo de las alcancías y de los bargueños, en los baúles de los ajuares, junto a los dorados membrillos que perfuman la ropa y los recuerdos atesorados en los armarios.
Llueve tan despacio sobre el jardín de casa que el seto de leylandis parece ahora un muro transparente, desdibujado entre imaginarios ventanales que el agua va agrisando y que permiten ver otras parcelas y campos interiores, como en un reino soñado en el que no habitase nadie.
En estos momentos el corazón se sabe más solo. En el hogar únicamente hablan las sombras desde los rincones y el silencio hace enmudecer al pensamiento, que hiberna mostrando un latido sostenido y plano, como si no quisiera causar disturbio en esta confusión de vacío y de tristeza. Nada indica que haya vida más allá de tu ser, e, incluso, no te atreves a asomarte a los contornos deshilachados de la habitación por temor a que terminen por deshacerse.
No obstante, no queda más remedio que vivir, y proclamas tus intenciones, aunque en voz baja, para que el caballo de la depresión no galope desbocado hasta el confín de la memoria. Y así las horas, como desgajándose, como desmigándose de un pan ácimo y duro, perdida la certeza de saber que alcanzarás algún piélago con ínsulas pobladas al menos por los recuerdos, pues el futuro no se manifiesta.
En esta zozobra palpas los dedos de una mano con los de la otra, sabedor de que así tendrás un asa a la que aferrarte si todo se derrumba con esta luz cianótica y artificial que arde tan inconsútilmente ante los ojos, en esa frontera indeterminada de lo que crees es la verdad y lo que en realidad te muestran los sentidos.
Apenas en las manos un pequeño puñado de bolígrafos, un lápiz, un viejo cuaderno, en el que tratas de escribir esto que ahora plasman la escritura y tu voluntad, como un último estertor de la nieve o del fuego, una lumbrarada de frío, un puñado de ceniza arrojado al pecho para que no se te olvide que al polvo vas a regresar. Memento mori.
Quizá la tarde se abra con otros vuelos y sea posible la esperanza. Y cruce el cielo el milano buscando un rayo de sol amargo, suficiente bandera para alcanzar el fin de la jornada y ya, en la noche, junto al fuego protector, volver a imaginar el inmenso horizonte de Castilla y la fuerza del mar de cielo, de tan altos cielos, oteando desde los cerros el soñar pastoril de los rebaños que cruzan por los caminos de la Mesta estas soledades y estos desamparos habitados de luz, de sombra y de nada.
Fernando Alda Sánchez
(Foto: Pixabay)
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