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miércoles, 8 de mayo de 2019

Inmóvil la tarde





A Elvira




Colinas, una fuente

fresca, álamos
dichosos, luz poniente
en la inmensidad de Castilla,
permanece inmóvil la tarde
en el último reducto de los sueños.
Es la claridad el aliento
que buscas desde la sombra,
la realidad diáfana,
una transparencia
inmerecida, como linfa o savia
que enalteciese la vida.
Es el paisaje ahora soledades
compartidas,
que el pábilo interior de tus pupilas
ilumina,  desde el silencio,
el abandono absoluto de los páramos:
en el corazón las semillas,
desoladas, de lo absurdo e inútil,
que aguardan su primavera,
un planeta desnudo e incierto
que tratas de sepultar en el olvido.
Bálsamos hay en los cielos
altos, en los horizontes sin fin,
en el destello del sol al herir
los límites de lo creado. Hay tierra
para enterrar las ruinas 
de lo ya vivido
y renacer, pujante,
en surco firme,
con la lluvia nueva
de un nuevo abril.


Fernando Alda Sánchez







3 comentarios:

  1. Me alegro mucho, Mayte, de que te guste este poema. Son las soledades de Castilla, nuestras soledades, que nos acompañan y visten. Parece mentira que la soledad pueda acompañarnos, pero lo hace, pues está llena de nostalgias, de recuerdos, de memorias.

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  2. Gracias por vuestros comentarios. Efectivamente. La soledad nos puede acompañar. Dice José Jiménez Lozano en sus "Tres cuadernos rojos", que algún día comentaré aquí, que podemos estar acompañados por la cuerda que venía atando un paquete de libros... En un mundo lleno de ruido el silencio, que resulta esencial, puede acompañarnos también.

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