Unas flores secas,
sin vida que adorne
la que fuera su belleza,
siemprevivas lacias,
sobre la lápida.
Una inscripción borrosa,
lavada y gastada por la lluvia
de un abril incierto,
acaso un epitafio
inconcluso, un atisbo
de memoria, recuerdos
todavía ardientes
aunque en extinción.
Más lápidas, más cruces,
más sepulcros vencidos:
sólo un ciprés rasga el cielo
azul, purísimo,
transparente,
de Castilla. Un camposanto
perdido en el silencio
de estas soledades,
de estos páramos
inhabitables. Sólo el sol
y la noche se suceden,
astros fugaces que acompañan
el rastro de las almas
en su último viaje.
Fernando Alda Sánchez
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