Hoy podría escribir un artículo muy triste, lleno de melancolías y devastaciones, pues ha fallecido el escritor abulense, de Langa, José Jiménez Lozano, con 89 años, en Valladolid, pero no me arrastrarán los versos de Neruda. He buscado con auténtica emoción alguna de las cartas que nos cruzamos, evidentemente remitida por él, entre los años 1985 y 1986, cuando yo era un joven recién licenciado en Periodismo que estaba escribiendo un libro sobre su obra literaria y sobre sus artículos. Le había descubierto gracias al que fuera mi profesor de Literatura en el Colegio Diocesano de Nuestra Señora de la Asunción en Ávila, Jacinto Herrero Esteban, poeta, paisano suyo y amigo desde la infancia. Jiménez Lozano nos había enviado a un grupo de amigos un artículo sobre José Somoza, el hereje de Piedrahíta, para la revista "Barataria", que editábamos con mucha ilusión en la ciudad amurallada.
José Jiménez Lozano habita, desde hoy ya para siempre, en mi paisaje espiritual, en mi hábitat intelectual, en mi memoria, en ese lugar en el que los amigos que nos vamos construyendo en la imaginación tienen un espacio destacado, pues nos ayudan a vivir, como a mí me ha ayudado a hacerlo la lectura apasionada de sus novelas, o sus diarios, que comenzase con los "Tres cuadernos rojos". El "cosero", del que el "escribidor" hablaba tanto, se va llenando poco a poco con estas cosas que la memoria aflora agitada, y es verdad, hay "Duelo en la Casa Grande", en la suya y en la de las Letras, en este día en el que nos ha dejado.
El tiempo y la profesión nos fueron distanciando luego, aunque he de decir que volví a verle en Ávila, con el paso de los años, en la inauguración de una exposición sobre los "collage" que tanto le gustaba hacer a él y el día en el que recibió el título de hijo adoptivo de la Ciudad de Ávila. Aún seguía acordándose de aquel joven tímido que le llamaba por teléfono, con auténtica veneración, para poder ir a visitarle y pasar unas horas con él en su biblioteca, un viejo granero remodelado, que era una auténtica delicia. También lo eran los viajes que hacíamos en un destartalado Seat 133 para ir a verle, Antonio, Miguel Ángel, Mayte y un servidor, propiedad del primero, mientras soñábamos con la literatura y la gloria. Él y nosotros éramos más jóvenes, y bien podríamos afirmar, como Fray Luis, eso de "decíamos ayer...". Por aquel entonces ya había publicado yo mi libro de poemas, "Airado Luzbel", que le envié por correo, y del que me hizo alguna reflexión en esas cartas de las que hablo. Finalmente, en el año 1987, gracias a la Institución Gran Duque de Alba, de la Diputación de Ávila, vio la luz un libro sobre estos trabajos e impresiones, "La salamandra en el fondo del pozo", que fue premio de ensayo San Juan de la Cruz, convocado por la misma.
Hoy quisiera ser "Ojo Virule", el narrador de "Duelo en la Casa Grande", para seguir contando ésta y otras historias y recuerdos que afloran ahora como un torrente, como auténticos borbotones de agua subterránea, y en esta nostalgia, en esta Castilla nuestra, tan femenina y espiritual, como él la veía, se que voy a encontrármele, un día de estos, en la luz poniente, junto a cualquier ermita, en un bosquecillo de chopos, junto a un arroyuelo o manantial, buscando el verdor oculto, o frente a las Murallas de Ávila, que a Don José le parecían las de Constantinopla cuando era un niño y habitaba ese reino inabarcable de la inocencia y de la infancia.
Pero me gustaría ser también "Sara de Ur", o "El mudejarillo", o Rabí Isaac Ben Yehuda, perdido en sus parábolas y circunloquios, tal vez alguna de las monjas de Port Royal, para seguir buscando, como Teresa de Ávila y Juan de Yepes, el Todo en la Nada en alguna celda de La Encarnación o de San José, en el chamizo de Duruelo o en la prisión de Toledo, para no perder nunca la lucidez ni las certezas.
Se que José Jiménez Lozano, que pertenecía y pertenece al mundo de la cultura antigua, como él la definía, frente a esta otra tan deshumanizada que estamos fabricando quizá por que no sabemos que puede conducirnos a la extinción, se habrá enfrentado a la muerte, en sus últimos días, como se había enfrentado toda su vida a las preguntas esenciales y eternas que todo ser humano debe encarar, y que lo habrá hecho con una candela en la mano, con una velita, con una pequeña luz, para no estar solo en medio de las tinieblas, como estamos los hombres, para estar acompañado y decirle a Dios que vivimos aquí abajo y que nos siga mirando con ternura y no nos desampare.
Fernando Alda Sánchez
Nota.- La portada se corresponde con el último libro que José Jiménez Lozano ha publicado, "La querencia de los buhos", cuentos en los que se plasman todas sus obsesiones y desasosiegos.
Buenos días, Fernando, desde el Fiesole entre pinos. Lo primero, espero que sigáis bien todos. Y gracias por seguir publicando palabras tan hermosas. Leyendo hoy tu blog he visto que el comentario que te dejé en esta entrada, hace ya días, no se había guardado y ya lo siento porque me encantó el artículo y me encanta, pensarías que ni lo había leído. Me sentí muy orgullosa al verme entre esos recuerdos tan hermosos en este artículo escrito con esa sensibilidad que te caracteriza, lleno de cariño. Gracias.
ResponderEliminarHola, Mayte. Un placer leerte y saber que estáis bien,. Todos en este retiro obligatorio, en este Fiesole impuesto, desde el que seguiré escribiendo y compartiendo escritura, pues también eso es una forma de vencer a la peste. Me alegra saber que el artículo sobre José te gustó. Efectivamente está escrito desde el cariño, el de un lector apasionado. Cuidaos mucho. Un beso
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