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lunes, 16 de marzo de 2020

El andancio



        Cae hoy la nieve en Ávila con una albura imaginaria, como si fuese la primera vez que el mundo viese nevar. El invierno aún no está vencido, ha venido a decir este frío repentino, producto de una "marzada", o más en lenguaje coloquial una "marzá", como dicen aquí cuando marzo hace de las suyas y se entrega a la vesania de la que suele hacer gala. Esta palabra no figura en el diccionario y la  referencia que tenemos sobre ella es la "cincomarzada", que celebran en Zaragoza en conmemoración de un enfrentamiento en las Guerras Carlistas. Casi se nos había olvidado lo que era la nieve, que parecía vivir no en las cumbres, sino en algún limbo de la memoria.

       Ahora que estamos confinados en casa por el Covid-19 no puedo evitar otra expresión muy abulense referida al alcance de una enfermedad y que creo que también se usa en otros lugares. Así dicen que "hay andancio" de gripe, por ejemplo, como si el virus que fuese estuviese caminando a sus anchas, aunque el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española lo acota para calificarlo de "enfermedad epidémica leve", así que no nos vale para el coronavirus que tantos estragos está causando en España y en el mundo.

      El andancio es una virtud que en ocasiones también afecta al alma, cuando la tenemos un poco turbia, como revuelta, en la que no encajan los recuerdos y las vivencias con el presente, o cuando las melancolías y otras variedades de la tristeza están desatadas, como andando de forma rabiosa o poco armónica, podríamos decir. Claro, que esto, quizá, no tenga nada de científico, y solo son sensaciones que este pobre escritor anota hoy en este blog por dejar testimonio de ellas, como para que no se pierdan, por si acaso, en el maremágnum de información que recibimos de forma monotemática en estos días.

     La nieve me trae hoy rescoldos de la Arcadia y, por supuesto, no puedo evitar acordarme del cuadro de  Nicolás Poussin, "Et in Arcadia ego", y las dos versiones del mismo, como si el pintor no hubiese quedado conforme con la primera, haciendo honor a la interpretación de la frase latina, que puede traducirse de varias maneras, y que hace referencia a otra expresión en Latín, como es la de "memento mori". Personalmente me quedo, como parece indicar Poussin en su cuadro, con la interpretación que dice "yo, la muerte, reino incluso en la Arcadia", frente a la de "también yo (estoy) en la Arcadia". Desde Adan y Eva ya no existen ni el Paraíso ni las arcadias, pues en todos ellos habita la muerte.

      Otra vez a vueltas con los pintores barrocos y sus visiones en relación con la Parca, pero parece que en los tiempos que vivimos actuamos como si no existiese y estos días el andancio de virus ha venido a recordarnos que tenemos, aunque no nos guste, fecha de caducidad. Ayer hablaba de Valdés Leal, del esqueleto con su guadaña que pintó en la Capilla de la Santa Caridad, en Sevilla, con el fin de las glorias del mundo y, para consuelo nuestro, la Exaltación de la Cruz, que es de la que viene nuestra Esperanza. El Barroco tiene muchos excesos, pero no está demás quedarnos con ese mensaje tan claro que nos transmite, que las pompas y glorias de este mundo son perecederas, y que, pese a todo, añadiríamos hoy, el orbe sigue girando, a pesar de nuestra extinción. ¡Ay, Miguel Mañara!, o el mismísimo San Francisco de Borja, que juró que no volvería a servir a un señor que pudiera morírsele tras ver, al cabo del tiempo, el cadáver de Isabel de Portugal, entregado ya a la corrupción de la carne. Aquí, también, la obra de teatro que escribieran los hermanos Machado, Antonio y Manuel, con el apellido del primero, por nombre Juan, y todas las resonancias que nos deja.

       Perdone el lector estos desvaríos, más producto del encierro que de otra cosa, pues la mente, que en ocasiones es tan voluble y traicionera, me lleva por estos derroteros, que quizá no son los más acertados en esta ocasión, que requiere de otros asuntos menos tenebrosos. Pero también no es menos cierto que estamos en Cuaresma y que la penitencia, a la que somos tan poco proclives, nos ha venido impuesta por el andancio del virus en cuestión, empeñado como está en retenernos voluntades y personas en arresto domiciliario.

      Hoy la nieve tiene también su particular andancio y se nos ha venido encima como sin querer, como pidiendo permiso por llegar de forma tan inesperada, tan intempestiva, por la noche, para quedarse unas horas con nosotros, puede que para acompañarnos también, pues de compañía estamos necesitados, de amistad espiritual, digo, pues por obligación en estos días tenemos que estar todos juntos en las casas. Sí, sí, hablo de amistad espiritual, tan dados como somos a quedarnos en la pura terrenalidad, en la pura materia, a las que nos conduce el hedonismo que practicamos. Amistad para el espíritu, como Cristo nos procura, pese a nuestros continuos tropiezos, amistad para encender el alma, para calentarla en este invierno perpetuo al que el materialismo y el utilitarismo nos someten de forma constante, para que como escribiera Jorge Manrique


"Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte"

para sentir la "Llama de amor viva" de San Juan de la Cruz, y saber que

"Pues ya no eres esquiva
acaba ya si quieres,
¡rompe la tela de este dulce encuentro!".

    Desde luego, qué extraños compañeros de viaje tengo en estos días, en este andancio espiritual que me mantiene subyugado y despierto, con pintores barrocos, poetas y latinajos diversos, amén de la nieve, que sigue derramándose con profusión de bienes, aquellos que cosecharemos en el verano, como también dicen en esta tierra. Hoy podría viajar a todas las Ítacas que en el mundo han sido, a todas las que puedan salirme al paso en este camino interior que recorro desde la biblioteca y frente a la ventana, mirado cómo la nieve muere, cómo es derrotada al posarse sobre el suelo, perdiendo toda vida, pues su existencia es para volar en el éter, para dejarse caer desde las nubes, pues parece que ella también sabe que tiene su "memento mori", que va a morir, inevitablemente, en los tejados o los árboles.  Algún día de estos el invierno dejará también su andancio, y seremos promesa, una hermosa rosa sin espinas en el rosal de la vida, un bancal de azucenas en el que dejar las lágrimas que tanto dolor y tanta incertidumbre estamos teniendo en la lucha de estas jornadas. Mientras eso llega, dejemos prendida una candela en el corazón, en señal de nuestra presencia en la tierra, en el deseo de crecer y servir, de acompañar a otros en este largo encierro.

     La voz se me quiebra como barro oscuro poco cocido, pero mantengo el tono y la fuerza, haciendo de las tripas un corazón latiente, no de cristal, sino de sangre y fuego, pues en mi habitan la fe y la voluntad, el deseo de sobrevivir, de tocar los cielos.

Fernando Alda Sánchez

(Foto, Pixabay, auspiciada por Shutterstock)

 
 


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