Buscar este blog

martes, 17 de marzo de 2020

Jiménez Lozano, Delibes, Castilla y los olvidados

   

      Un breve apunte hoy sobre dos grandes de la literatura española, José Jiménez Lozano, recientemente fallecido, y Miguel Delibes, del que ahora estamos celebrando el centenario de su nacimiento. Ambos coincidieron muchos años en El Norte de Castilla, del que también fueron directores (un verdadero lujo para este periódico centenario). El año pasado, en este mismo blog, publiqué una reseña sobre la novela de Delibes "Cinco horas con Mario", de la que ahora solamente quiero resaltar una cuestión, como es el hecho de que esté dedicada a Jiménez Lozano. Hoy la memoria me arranca estos recuerdos, estas coincidencias, que no lo son, pues seguramente tienen un por qué que yo ahora desconozco.

        En ambos escritores está Castilla con múltiples rostros. Invito al lector a descubrir dos visiones diferentes de la misma. La de Delibes, más apegada al terreno, al paisaje, la de Jiménez Lozano más espiritual, más del alma, de lugares y sabidurías, pero en los dos casos llenas de vida, de historias, de narraciones, de personas y personajes, de cuentos, que se van entrelazando, hilando, como la existencia, en el devanarse de las horas y los días, quizá en ese tejer y destejer de Penélope en Ítaca o en cualquiera de nuestras aldeas castellanas, olvidado el tiempo.

        En Jiménez Lozano es fundamental leer su "Guía espiritual de Castilla" o "Duelo en la Casa Grande" y, por supuesto, sus cuentos, en Delibes, "El Camino" o "Las ratas", por citar algunos. Lejos de ambos, no obstante, la visión de los escritores de la Generación del 98, superada por los avatares históricos, pues tanto en uno como en otro hay una mirada intimista que va desvelando secretos y andanzas, un sentir personal que dibuja las entretelas de estos campos abiertos, de los cielos altísimos, del paisaje interminable.

        Invito al lector a dejarse llevar por la narración de ambos, para descubrir una Castilla diferente, una forma de mirar el mundo con otros ojos, una manera de narrar y de construir la realidad que parte de premisas distintas, pero que nos conduce, a través de una gozosa lectura, a descubrimientos impensables, a ínsulas extrañas, como diría otro castellano, Juan de la Cruz, persiguiendo siempre la elemental belleza de lo contado, de lo narrado, de lo dicho, acaso en las solanas, en los corros de mujeres que cosen a la puerta de sus casas,  en las placitas, a la sombra de una torre de ladrillo de una iglesia, junto a una ermitilla, en la insondable profundidad de los caminos que se pierden  buscando horizontes inabarcables, siempre, quizá, en la soledad de estas tierras.

     Por todas partes Castilla, amada y sufrida, a campo abierto, poblada por seres que llevan a cuestas su vida, que construyen la intrahistoria, que diría otro Miguel, de Unamuno, el quehacer cotidiano que conforma el alma de estas gentes, en muchos casos machacadas por la pétrea rueda de molino del poder, la riqueza, la soberbia o la codicia, como pecados capitales que nos salen al paso a diario y nos derriban. Es ese gusto por los pequeños, por los olvidados, por los siervos en lugar de por los señores, por los pobres, por los del espíritu cansado, quizá porque ambos eran cristianos que sabían muy bien lo que Cristo supone para el hombre.

     Es verdad que en la obra tanto de uno como de otro hay más matices y perspectivas, más asuntos y temáticas, pero en este día de confinamiento en casa por la nueva peste moderna, el covid-19, no puedo evitar evocar Castilla y a aquellos, como le ocurriera a Antonio Machado, que se quedaron enamorados de ella.

Fernando Alda Sánchez

Nota.- La fotografía la ha realizado el que esto suscribe hace unos días, en el Valle Amblés, provincia de Ávila.


No hay comentarios:

Publicar un comentario