A Irene
Clara la luna alberga el último
encuentro, que es como
habitar las calles
desabridas, los áticos
inacabados en los que no terminas
de escribir nunca
los poemas interminables,
los instantes en blanco,
el insomnio que acecha
tras cada metáfora,
agazapado como un atracador
a cara descubierta,
como un asesino de tormentas
que inesperadamente descubre
su presa y descarga el rayo,
un navajazo audaz
que desangra arterias
y vierte viscosas amenazas
que a ningún lugar conducen.
Hablamos, sentimos,
es casi escritura,
un verso que se escapa
noctámbulo y en ninguna parte
anida, aunque clama,
perverso, por ser,
por estar, y entre los labios
desliza nombres,
adjetivos, el existir de lo sublime,
y transforma cuanto señala,
cuanto dice y es en ese momento,
un temblor, emociones
perfiladas que avanzan
cual legión, desaparecido
el pudor de moldear la belleza.
Existo, y anuncio sentidos
nunca hallados,
un tacto etéreo e inconforme,
un mirar por ventanales
que se abren y se cierran,
y nunca vuelven a abrirse.
Fernando Alda Sánchez
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