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miércoles, 18 de marzo de 2020

Ut luceat et ardeat



           Los libros siempre nos sorprenden, y no solo por su lectura, sino que también pueden hacerlo por otras circunstancias. Cada lector tendrá, a buen seguro, alguna anécdota al respecto que guarda como oro en paño en las entretelas de su memoria. Nunca olvidaré lo que ocurrió con un libro de José Jiménez Lozano, que nos ha dejado a sus lectores un poco huérfanos con su muerte ocurrida hace tan solo unos días. Recomendé la lectura de "Parábolas y circunloquios de Rabí Isaac Ben Yehuda (1325-1402)", uno de los relatos más deliciosos que escribiera Don José, a una amiga, que fue a buscarlo a una librería, en la que dijo el título completo, omitiendo quién lo había escrito en verdad, por lo que el librero entendió que se trataba de una obra de Rabí Isaac Ben Yehuda. No hubo manera de encontrar "ese" libro, que en realidad era otro.

             La anécdota me parece asombrosa, pues es el juego que mantiene, en muchos casos, Jiménez Lozano en alguna de sus obras, que llegan a no pertenecerle, como ocurre con "Duelo en la Casa Grande", que parece una narración de Pedro Pedroso, alias Ojo Virule, uno de los personajes que en esta novela habitan, pues su relato es el de un "muy grande hablador", que Don Quijote le dijera a Sancho Panza. Es grande la veta de narración oral que hay en la obra de Don José, aunque no es el momento de discernir esta cuestión. Es también el Maestro Huidobro, que tanto juego le da al "escribidor" de Langa, que, al igual que el Rabí Isaac, bien pudiera ser así mismo  un heterónimo de él. Deben leerse al respecto sus "Memorias". Así lo hacía Fernando Pessoa, con evidente buen resultado, y el propio Cide Hamete Benengeli que utilizase Cervantes para dar, tal vez, más credibilidad a la existencia real de Don Quijote, aunque, creo yo , siempre es un juego que los escritores utilizan para jugar con el lector y con la literatura y enredarlo todo un poco más, como si fuese una "cuestión de encantamiento", que diría el propio hidalgo manchego.

           No obstante, considero que muchos de los posibles heterónimos de Jiménez Lozano son sus propios personajes, esos olvidados de la Historia y del Mundo, como su "Sara de Ur" o "El mudejarillo", el propio Jonás, que era un profeta pequeño, pero que en el fondo encierra la imagen de nosotros mismos, rebelados como estamos a la hora de hacer la voluntad de Dios, o los que pueblan sus cuentos y novelas, siempre en el borde del abismo en medio de una vida sin fanfarrias o titulares de prensa. Son los que aparecen en su "Libro de visitantes", que tan magistralmente recrea el nacimiento de Nuestro Señor, y que es, supuestamente, un manuscrito encontrado por un viajero inglés del siglo XIX en la biblioteca del Monasterio del Monte Athos, tan humildes y pequeños como el propio Dios que acaba de encarnarse en el mundo de los hombres.

         En fin, que son espejos deformantes, como los del Callejón del Gato, que creaban los esperpentos de Valle Inclán, y daban vida a Max Estrella o Alejandro Sawa, o el Ricardo Reis, de Pessoa, siempre a vueltas con las autorías de las obras de arte, aunque a Don José le hubiera gustado ser un maestro pintor románico anónimo, pues él escribía "ut luceat et ardeat", para que brillara la pintura o la escritura con su propia luz, sin añadidos de autor, como nos recuerda en alguno de sus escritos, para que esa luz que resplandece haga arder a quienes se acerquen al relato o al icono. Y nada más hermoso puede uno decir de su escritura, relegándose al último término, al anonimato, a la soledad más absoluta, pues, en realidad, lo más importante es la propia obra y el consuelo que aporta a los hombres, que necesitan estar acompañados en medio de la devastación del mundo y de la vida. Y creo que así era el "escribidor", un hacedor de iglesias románicas, de ermitillas perdidas entre los alcores, un eremita de la escritura y del saber, acaso como Ignazio Silone, pseudónimo de Secondino Tranquilli, del que habla en alguno de sus apuntes y al que le unen muchos sentimientos y parecidos.

       Es, quizá, la estética cisterciense, la que estableció San Bernardo de Claraval, con sus líneas y arcos desnudos, solo la piedra ardiendo, como si nos mirase Dios, o la estética carmelitana de Santa Teresa, plena de ausencias, diríamos, porque hay que saber ver lo que está en lo que no está, lo que es en lo que no es, es decir, el Todo en la Nada, sin adornos, como en el paisaje de Castilla, en el que mueren los sentidos y el alma se eleva, con tal desasimiento de todo lo terreno que ya solo es posible el encuentro con el Amado, que ya solo es posible el Amor.

     En fin, esto es producto de los hábitat o paisajes espirituales, que son como hogares que nos vamos construyendo cada uno para estar menos solos y de ahí, tal vez, el juego de heterónimos que nos traemos entre manos, para ser tal o cual personaje o autor, en este Retablillo de Maese Pedro en el que todos los días representamos un papel, según nos toca y de continuo, pero, no obstante, bien sabemos nosotros quien somos, que las máscaras y los disfraces no nos confunden, pues no tenemos más que mirarnos a los ojos en el espejo de la conciencia, que enseguida se nos vuelve a nosotros la verdad por mucho carnaval con el que queramos entretenerla. Como en la literatura, en la vida también todo en ocasiones parece un encantamiento, un enredo, un lío, una confusión, un perderse en dédalos a los que la imaginación nos lleva de forma irremediable.

      Comencé esta entrada con una anécdota y termino con otra, que me ha ocurrido esta mañana mismo, pues buscando en la biblioteca de casa (estamos confinados por el coronavirus dichoso) el ejemplar que conservo dedicado por el "escribidor" de sus "Tres cuadernos rojos",  entre sus páginas he encontrado una fotografía que le hice al autor, en blanco y negro, en las ruinas del Monasterio de La Armedilla, alzadas contra la voracidad del tiempo. La foto es de hace muchos años y está un tanto gastada, también por el revelado "artesano" al que la sometí en casa. Don José está mucho más joven, aún en activo como periodista en El Norte de Castilla, y con otras gafas, en este caso de pasta y no las de montura metálica con las que aparece desde hace años. Pero lo más hermoso ha sido comprobar un par de correcciones que el mismo hizo de su puño y letra a dos erratas existentes en el libro, como para que estuviese completo y en orden. Es fascinante.


Fernando Alda Sánchez

Nota.- Os dejo la portada de una de las ediciones de "Parábolas y circunloquios" realizada por Anthropos.




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