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miércoles, 4 de marzo de 2020
El humo de la tristeza
En la mirada se te han quedado prendidos valles de sombra, velos de niebla, una lluvia fría y bella como la muerte, y estás en descampado, sin abrigo, con un desasosiego punzante que el caudal de los ríos que te circundan no es capaz de arrastrar. El mundo es como un muro y tus pobres manos de marioneta, rotas, desangeladas, no pueden pintar la noche y sus estrellas en el blanco lienzo que la nostalgia te ofrece como paño de lágrimas.
Entre esas neblinas vagas como alma abandonada, arrastrando cadenas y días, el mortal sufrir de un desvelo perpetuo, la pena negra, más negra, tiznada del carbón más oscuro, te agusana las entrañas, y aún así eres capaz de reír, de burlar las celadas que la Parca y la envidia van abriendo bajo tus pies nudosos, llagados de tanto camino, de tanto naufragio.
Jirones de nubes se enganchan en las copas de los árboles, robles desnudos que aún habitan el invierno, y el paisaje es morada para el peregrino, al que abraza el viento en estos páramos tan altos, incendiados de soledad, en los que habitan la desolación y el desamparo. ¿Qué tierras éstas que no nombras y de las que hablas solo en las noches de ventisca, cuando el fuego va extinguiéndose en el hogar y en la memoria y apenas queda rescoldo al que arrimarse? ¿Qué tierras éstas, quizá incógnitas, por las que te adentras entre el sueño y la vigilia, sonámbulo acaso, sin rumbo cierto?
Tal vez sea la imaginación enfebrecida, el espíritu que busca romper las hechuras de esta mortaja en la que vives, o el deseo tratando de hallar vados en medio de la tormenta, puertos abiertos, horizontes sin fronteras, ellos son los que enervan los sentidos y los confunden en un baile de extinción en el que se agotan el razonamiento y el entender lo que se manifiesta ante ti, testigo del silencio, de la mudez del habla, de
"lo mezquino, lo triste,
lo desgraciado y muerto que tiene una garganta
cuando desde el abismo de su idioma quisiera
gritar lo que no puede por imposible y calla"
como en el poema de Rafael Alberti,
"cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre
se escucha que transita solamente la rabia,
que en los tuétanos tiembla despabilado el odio
y en las médulas arde continua la venganza"
y las palabras no nacen de parte alguna, no quieren brotar, solo hieren por dentro, más abajo del origen de la vida, más profundo, y se quedan para morir y pudrirse, pues ni el llanto puede aflorar esos borbollones de dolor hirviente, de los años vencidos, de los anhelos ajados, del pútrido humor que fluye entre las bilis y las atormenta.
Hoy te puede la melancolía, el humo de la tristeza, y sin embargo, ríes, sin risa, sin palabras, sin gestos ni alaracas, ríes y sueñas, y los cielos sobre tu cabeza te bendicen en nombre de Cristo y de la libertad, y caminas, nunca solo, por estos pedregales, por los canchales en los que se va resquebrajando el tiempo, la cuerda de guitarra vibrante que desmorona melodías que nunca habrán de ser cantadas.
Alzas los ojos hacia las cumbres sin saber que Dios está a tu lado, sufriente también contigo, soportando tu peso y tu desvelo, el acíbar de la angustia que te asoma por los ojos, la lengua desgarrada y en llamas de tanto dolor que a tinieblas te sabe. Es la noche de Getsemaní y un ángel te vela mientras todo duerme y las dudas roen el hueso que te sostiene.
Las lágrimas traerán la sonrisa, el descanso, con el viento del sur y el cálido beso de sus labios aromados y tiernos, con la albahaca y el romero, con el galán de noche y el jazmín, y será el triunfo, la celebración, el regreso de las tardes en las que el vino apacentaba el caer del sol poniente, y la inocencia, como un niño, jugaba con el vuelo de los vencejos. ¡Pobre pájaro enjaulado que desde el alféizar de la ventana canta su cautiverio y me acompaña en esta derrota y en esta sangre!
Fernando Alda Sánchez
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