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viernes, 13 de marzo de 2020

Fiesole, Boccaccio y Albert Camus


          Hoy me siento como los jóvenes que se retiraron a una villa en Fiesole, en las colinas desde las que se ve Florencia en todo su esplendor, para huir de la peste. Así lo escribiera Giovanni Boccaccio en su "Decamerón". Así muchos, recluidos en casa, junto a las familias, para protegernos, como los personajes literarios, de esta nueva peste moderna, el Covid-19,  coronavirus, que cabalga desbocado igual que alguno de los Jinetes del Apocalipsis, y que ha venido para recordarnos cuán frágiles somos, que estamos hechos de arcilla y que nunca seremos como dioses. Pero de nada sirve entonar un lamento.

          Es momento de acordarse de otras lecturas, como "La peste", de Albert Camus, y dejar que el alma busque las oraciones que sabe para pedirle a Dios que no nos abandone, y que no perdamos la cordura. Es también la obra de teatro del mismo autor, "Estado de sitio". Ambos libros, en este Mediterráneo nuestro, en este "cul de sac", fondo de bolsa o callejón sin salida, en el que tantas civilizaciones se han alzado y han sucumbido, en ambos casos entre Orán y Cádiz, tan cerca de nosotros. Acaso los libros nos ayuden a dejar que las horas vayan desvaneciéndose poco a poco en la memoria, como ocurre con los cuentos de Boccaccio, y la imaginación sepa ahuyentar el miedo que parece estar devorándonos. Estas plagas o pestes parecen una obsesión en Camus, que sabe bien que somos como un "Extranjero" en este mundo que ahora se vuelve, de nuevo, contra nosotros.

        No estoy en las colinas de la Toscana, pero si en las de Castilla, ahora en Ávila, y contemplo también esta ciudad, que me recuerda a otras, con sus Murallas, que también fueron sitiadas hasta lo heroico, quizá Numancia, en la lejana Soria, y los castros vettones de mi tierra, Ulaca, Cogotas, La Mesa de Miranda, Sanchorreja, hoy Alepo, desde luego, en Siria,  y tantas ciudades que a lo largo de los siglos han padecido los horrores de la guerra.

     Ya no estamos preparados para soportar una mínima cuarentena. El pánico nos doblega pues conocemos el poder de los virus y de otras amenazas, sin darnos cuenta de que si nos faltase la electricidad, pese a todas nuestras máquinas e invenciones, regresaríamos a la Edad Media, que tan oscura y tan llena de sobresaltos nos parece en comparación con la Edad de las Luces en la que creemos estar instalados, hasta que el mal nos doblega el brazo en todos los pulsos que le echamos. ¿Sabremos soportar el tedio, la desesperación, la desconfianza, el desasosiego que nos está produciendo esta situación? Nuestros antepasados salieron victoriosos en muchas ocasiones de largos asedios, pero... tal vez nosotros somos más blanditos,y estamos más anestesiados, tan apegados a la comodidad y las zonas de confort.

   En fin, que habrá que seguir escribiendo, imaginando, para hacer más llevadera esta carga, estas soledades impuestas, sacando partido a las circunstancias, pues la situación de confinamiento, que muchos parecen haberse saltado de forma tan irresponsable y poco solidaria, como ocurre siempre en esta sociedad del ocio en la que no pensamos en nadie más que en nosotros mismos, para disfrutar de la lectura, del cine en casa, de los medios de comunicación que tanto nos ayudan o nos sobre informan innecesariamente, o bien para hablar en familia, para jugar más con los hijos, en caso de que sea posible, para escuchar esa música para la que nunca encontramos momento, para orar y buscar el rostro del Altísimo, en definitiva, para crecer como personas y para reflexionar y darnos cuenta de que seguimos teniendo límites, de que somos seres limitados, de que nuestra cabeza bulle e idea sueños que se vienen abajo como un castillo de naipes, una y otra vez.

   Si no somos capaces de darnos cuenta de lo débiles que somos seguiremos empeñados en cometer los mismos errores, en tropezar las veces que haga falta en la misma piedra. No hemos nacido para ser dioses, para habitar en el Olimpo, sino para ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente, como nos recuerda el Génesis, que aunque pensemos que solo es poesía está cargado de razones, pues solo somos seres humanos, dolientes, como el doncel de Larra, y no somos capaces de enfrentarnos a peligros tan descomunales, que dijera Don Quijote, con nuestras armas que están hechas de hojalata.

    Dicen que Winston Churchill leía a Edward Gibbon y su "Historia de la decadencia y caída del imperio romano" mientras dirigía los destinos de Gran Bretaña durante la II Guerra Mundial. En uno de sus discursos pronunció la conocida frase de "sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor", que tanto se derramaron en aquella contienda, aunque tal vez nosotros no estemos dispuestos a ello. Pese a todo, leer a Gibbon siempre resulta interesante, pues de la historia de Roma podemos sacar muchas conclusiones que nos servirán para no perder referencias. También puede ser bueno leer a San Agustín, su "Ciudad de Dios", pues el obispo de Hipona supo del asedio de los bárbaros, o dejarnos llevar por la lectura de Santa Teresa, que consideraba que "estase ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo", o a San Juan de la Cruz, que tan hermosos y lúcidos versos nos dejó, algunos escritos en prisión.

     Como al de Fontiveros, me gustaría, en estos momentos de incertidumbre, de zozobra para muchos, hacer lo que él

      "Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado".

     No creo que sea el fin del mundo, y saldremos de ésta como hemos salido de otras plagas, sean las vacas locas o la gripe A, pues aunque débiles somos resistentes, pero no puedo dejar de decir aquello de "el que tenga oidos, que oiga...". Regreso a la lectura de los deliciosos cuentos del "Decamerón" mientras pido gracia y misericordia por los enfermos y por aquellos que dejaron de estar entre nosotros devorados por este nuevo enemigo invisible. En Florencia, y en Ávila, ya se ha puesto el sol, y ha llegado la noche, como el Ángel Exterminador en la Pascua. Un rescoldo de luz aún arde vivísimo en mis ojos, que nunca pierden la esperanza.

Fernando Alda Sánchez

(Imagen de Shutters stock, a través de Pixabay.com)

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