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lunes, 30 de marzo de 2020

Memoria de Pieter Brueghel el Viejo


          Nevisquea esta mañana en las ventanas, cuando marzo parece irse con sus locuras, y el día está vestido de un gris muy oscuro, marengo, tal vez, como presintiendo los lutos que vendrán, o que ya están entre nosotros. Imposible no recordar, no asomarse al pasado, no sentir nostalgias, no dejar arder el corazón en estos pensamientos que se entrelazan como las cerezas en los cestos que el tiempo nos sirve tras una cosecha malograda de insomnio y desasosiego.

          Imposible no traer ahora a la memoria el cuadro sobre tabla de Pieter Brueghel el Viejo, del siglo XVI, titulado "El triunfo de la muerte", que tan lleno está de horrores, de escenas atroces, de esqueletos y humo en un paisaje devastado que se consume en su propia hoguera. Pero no voy a recrearme en la visión desolada de lo que parece el mundo, sino que dirijo mis ojos, llenos de asombro, a la parte inferior derecha de la pintura, en la que se ve lo que es una mesa de banquete, y unas damas y caballeros que, seguramente, estaban festejando, acaso en ese carpe diem en el que también vivimos nosotros ahora, y la muerte los ha sorprendido, ladrón nocturno que escala las tapias de la esperanza y de la vida, y así son arrebatados, en medio de un canto de laúd, que seguro es tristísimo, mientras queda la mesa puesta y uno de los caballeros desenvaina su espada para enfrentarse a lo inevitable.

         Así nosotros ahora a quienes el virus y la muerte nos han sorprendido cuando estábamos en plena fiesta, disfrutando del banquete, soñando con las vacaciones y el ocio, pobres cigarras desoladas que se aferran a lo material y más inútil, en una fiesta permanente en la que no sabíamos que podría presentarse de repente este ejército que viene a arrancarnos del sueño, a colocarnos en el lugar en el que hemos estado siempre, en la fragilidad y el abandono, en el escaque más expuesto del tablero de un ajedrez en el que no somos la reina o el alfil, ni siquiera el caballo, que parece saltar por encima de todo, incluidos los obstáculos, sino simples peones enfrentados a las tinieblas, con hambre y frío, como ocurre en todas las contiendas, en las que siempre llevamos la peor parte. Aunque luego, como bien sabemos desde que tenemos conciencia, viene la Parca para igualarnos a todos, pues del mismo modo trata a "papas, emperadores y prelados", como nos recuerda Jorge Manrique, y todo se allana en las sepulturas, antes de ir al Padre, de ver el rostro de Dios.

         Seguimos en estos días viendo y conociendo una realidad fragmentada, con un relato inconexo, a través de la virtualidad de los medios de comunicación, repleta de consignas y de hashtags que quizá no sea la verdad, en la que van inoculándonos el pánico, lo que tal vez sea o no, sin que tengamos elementos suficientes para discernir, para saber lo que realmente está ocurriendo, reducida la muerte a estadísticas, el dolor a suposiciones, pues ni siquiera podemos acompañar físicamente a aquellos que lo sufren, ni siquiera podemos abrazar o llorar con los que lloran a su lado. Quizá hemos perdido eso por lo que Miguel de Cervantes decía que se puede aventurar la vida, como es la libertad. Es Matrix, una realidad paralela, un sucedáneo de la verdad. Y en este paraíso en el que creíamos estar ha venido la muerte, que también reina en la Arcadia, para decirnos lo que somos, mísero barro que debería alzarse buscando a lo Alto para encontrar las respuestas que la tecnología o la ciencia no nos brindan. Cada cual que entienda, si es que tiene oídos para oír, en esta postración, en este desconsuelo, en el que el mundo está patas arriba y no sabemos bien si seremos capaces de volver a ser lo que fuimos.

         Vamos dándonos cuenta que después de esto que vivimos, después de esta debacle, de esta locura, de este viaje, tendremos que rendir cuentas, si es que no lo estamos haciendo ya, y volver a ser de otra forma, con otras mimbres, aunque puede ocurrir que todo se nos olvide, como se nos ha venido olvidando, por costumbre, por desidia, porque no somos capaces de tragarnos ese sapo, todo aquello que nos molesta, desde que el mundo es mundo y no hay nada nuevo bajo el sol que lo alumbra. "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos", dijo Jesucristo camino del Calvario, nos recuerda San Lucas, y tal vez tengamos que llorar por nosotros mismos, por lo que se nos avecina en esta hora incierta, en este Getsemaní en el que nos encontramos sin saber muy bien qué camino tomar, esperando, como siempre hemos hecho, a que amanezca y tengamos constancia del paisaje que nos cerca.

         Es para pensar y retener, y obrar de nuevo con otras mañas, para no estar irremisiblemente condenados, como decía Jorge Santayana, que aprendió en su infancia del espíritu eterno que reina en Ávila, a repetir nuestros errores por no conocer nuestro pasado, mientras dura la luz, ahora que los días van buscando su largueza y en el alma, pese a la congoja, despunta un alba en el que pintar el color de las flores, el perfil de la vida, la fascinación que produce un nuevo día pese a que estemos cargados de grilletes. No nos amilanemos frente a la magnitud del desastre. Ayer, que salió el sol y había una temperatura que de verdad era de primavera, en este altiplano abulense, y se podía salir al jardín de casa, a la solana, en la que uno encuentra consuelo en estos días de confinamiento, como se ha encontrado consuelo o se han fraguado las ideas en las solanas de medio mundo, gracias a las charletas que en ellas tienen lugar, contemplé, por unos instantes, los lilos, que están a punto de brotar, contemplé los rosales, que ya tienen brotes y están fabricando, entre sus espinas, las más hermosas rosas que habrán de venir, y supe que tenemos sentido, que el ser humano tiene sentido, que la vida no es en vano, que no estamos hechos para que nos arrebate la muerte en medio del festejo en el que danzamos, que la muerte nunca tiene la última palabra, que estamos hechos para resistir y para conservar la vida, nuestro paso fugaz sobre la tierra.

       Encendida está la sombra por la luz de un abril que parece estar llegando, en el que la lluvia lavará las heridas y será nuestro mejor deseo, la celebración y el triunfo. Al tiempo.

Fernando Alda Sánchez


Nota.- La foto corresponde a la reproducción que el Museo del Prado ha realizado del cuadro de Pieter Brueghel el Viejo y que puede verse en la salas de dicha pinacoteca.


     

     

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