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martes, 24 de marzo de 2020

La nave de los locos


            Canto hoy por las vidas que fuimos y dejamos de ser, navegando en esta nave de los locos, en la "stultifera navis" medieval, como ajeno a la estatura del día, que se recorta incierta en el quicio de las horas, mientras se diluye la libertad entre las cuatro paredes de casa, mirando el jardín con la nostalgia que solo los enamorados pueden tener. Es la nave de los locos que pintara El Bosco, o el grabado que recoge en su libro "La nave de los necios" Sebastián Brant, a caballo ambos ente el XV y el XVI, de los siglos pasados, acaso "La balsa de Medusa", del pintor romántico francés Théodore Géricault, por lo que tiene de naufragio, en este caso real, frente a la situación de zozobra que vivimos en estos días de pánico social, en los que parece el mundo enloquecido, como ardiendo, diría Santa Teresa, y en los que se nos han trastocado los pilares que nos sostienen, sobre todo a la hora de contemplar tanto dolor y tanta muerte como se está produciendo por el covid-19.

            Puede ser, también, el "Elogio de la locura", de Erasmo de Rotterdam, que comienza afirmando que "diga lo que quiera de mí el común de los mortales, pues no ignoro cuán mal hablan de la Estulticia incluso los más estultos, soy, empero, aquélla, y precisamente la única que tiene poder para divertir a los dioses y a los hombres. Y de ello es prueba poderosa, y lo representa bien el que apenas he comparecido ante esta copiosa reunión para dirigiros la palabra, todos los semblantes han reflejado de súbito nueva e insólita alegría, los entrecejos se han desarrugado y habéis aplaudido con carcajadas alegres y cordiales", pues acaso lo que necesitamos en estos momentos es reír un poco, de tan acongojados como nos encontramos.

         Nada es burla, sin duda, pues los males que nos aquejan ciertamente no son para jolgorios, sino todo lo contrario, aunque el ser humano, especialmente aquellos que somos meridionales, como es el caso nuestro, el español, en su infinita capacidad de adaptación a cualquiera que sea el mal que le aqueja, suele encontrar válvulas de escape para tanta tensión como se nos acumula en la raíz de los tuétanos. Y aquí traigo ahora a Viktor Frankl y su libro "El hombre en busca de sentido", una reflexión magistral para tiempos difíciles, cuando llevados al límite no encontramos esperanza alguna, como le ocurriera a él en el Campo de Exterminio de Auswichtz.

       En medio de este dolor y de esta locura, de esta nave doliente y desquiciada en la que vamos, llorando amargas lágrimas, pues el desconsuelo nos aprieta en la garganta, no es en vano el recordar el Soneto XXXVI de Garcilaso de la Vega, que dice

"Siento el dolor menguarme poco a poco
no porque ser le sienta más sencillo,
más fallece el sentir para sentillo,
después que de sentillo estoy tan loco.

Ni en sello pienso que en locura toco,
antes voy tan ufano con oíllo,
no dejaré el sello y el sufrillo,
que si dejo de sello, el seso apoco.

Todo me empece, el seso y la locura;
prívame éste de sí por ser tan mío;
mátame estotra por ser yo tan suyo.

Parecerá a la gente desvarío
preciarme de este mal, do me destruyo:
y lo tengo por única ventura".

    En estos sueños estamos, como perdidos, sin atisbar el futuro, que se asoma incierto, temiendo lo que será de nosotros, en esta nave de locura y naufragio, como los que se aferran a los maderos (ardientes) de la balsa del cuadro de Géricault, o aquellos otros desastres navales que pintaran Goya o Turner, siempre entre el fragor de las olas de un mar hostil, como es la vida, tan esquiva y traicionera como la fortuna, que en ocasiones parece cuestión de encantamiento, aquel que a Don Quijote y a otros caballeros  andantes trastocaba los planes para hacer valer la fuerza de su brazo.

     Hay morgues gigantescas en palacios de hielo, ahora en Madrid, donde está el epicentro de tanta desgracia, y no nos gusta ver la muerte exhibirse en esos ataúdes que estarán alineados esperando destino, buscando el acomodo final en crematorios o camposantos, pues son la metáfora perfecta de estos tiempos que corren, tan sin rumbo, tan perdidos y locos, entregados como estamos ahora a la contemplación del desastre. ¿Se removerá algo entre nuestras cenizas, en los rescoldos fríos del alma? ¿Encontraremos algún filo acerado que nos sangre y nos zarandee, para no seguir más dormidos, o después de unos meses todo será olvido y caeremos en una nueva abulia? Tanto esfuerzo, tanto amor, tanta entrega como ahora se despiertan no pueden ser en vano, no pueden ser devorados por el Leviatán de la indiferencia.

    Vuelvo a mirar los lilos del jardín, a punto de reventar en flores, el apocado sol que se asoma tras las nubes, la débil candela con la que se iluminan los adentros, que parecen la caverna platónica, en la que también vivimos en estos días de confinamiento, en los que solo las sombras nos entretienen en medio de vacuos resplandores de una sociedad virtual que vemos a través de las pantallas, en las que se nos filtra la verdad en un mosaico fragmentado y no siempre cierto. Sabemos de las ciudades vacías, de las calles desiertas, del prójimo asustado en sus hogares, de los ancianos que mueren solos, de los héroes que en estas jornadas luchan contra la Parca y mantienen la esperanza, del dolor que cabalga rabioso, de lo que parece es real y no es más que un icono que nos repiten constantemente, convenientemente edulcorado a través de hashtags y de consignas. El "1984" de George Orwell no está tan lejos ni pierde vigencia.

      Miremos dentro de nuestra vida, repasemos lo que hemos sido y lo que queremos ser y tal vez nos dejen, prendamos una hoguera en el alma para calentar tanto desamparo, el huérfano existir que hemos tenido lejos de lo más sagrado, del calor de Dios, de su tierno abrazo, de su consuelo. Atrevámonos a tomar las riendas de nuestro existir, seamos responsables, cambiemos aquello que nos daña y nos empequeñece más aún, fuera de los circuitos del consumo, de la vacuidad de lo que se nos ofrece y no es más que un sucedáneo de la verdad. Y pues no hay nada nuevo bajo el sol aquí abajo, en la tierra, alzo los ojos a los cielos, para izar mis brazos y mi bandera, más altos que nunca, y tocar las cimas de la eternidad. Hoy, con más razón, con más motivo, y, por ello, lo celebro.

Fernando Alda Sánchez

(Foto: pixabay)

   

   
   

 

 

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