minúsculas lamparitas
de aceite, pábilos
de velas reflejadas en las pupilas,
ese asomarse al mundo
tan tímidamente, por no molestar,
apenas entreabriendo los ojos,
como un mirar
desenfocado, como si de repente
fuese a descolocarse todo
y no encontrase el interruptor
del fluido vital, y no quisiera
llamar la atención de nadie,
para que nadie me pregunte
si hace frío o calor,
si me he dejado los zapatos
bajo la copa de un ciprés
o si olvidé cerrar la puerta
al salir en la mañana
que todo lo inunda y reconforta.
Es ese mirar de lejos
tan asustadizo que a nadie
puede herir,
como viendo las personas
a través de láminas de agua,
para que otro u otros
no me descubran, no adivinen
las heridas que amargan
bajo la piel, bajo la coraza
imperceptible
de sentirse siempre perseguido,
fugitivo de todo cuanto acontece
y es luego recuerdo,
un verso suelto, un vaso de agua
en la mesilla, una cuerda,
un papel de estraza,
un trozo de tiza
amarilla
con el que escribir lo que contemplas,
en la pizarra de la noche,
y saber que estaré,
aunque no me vean,
mirando las amapolas crecer
en las colinas.
Fernando Alda Sánchez
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