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jueves, 7 de noviembre de 2019

Dios me llama

Cuánto dolor en cada aurora,

en la luz que amanece
y abrasa la esperanza.
Es la vieja máquina de escribir
a la que le falta
una sola tecla
y ya duerme en el limbo,
o las fechas que se apuntan
en los cuadernos cuando se inician
y no tienen día de término,
acumulando lagrimas y destrozos
entre papeles desvanecidos.
Diarios moribundos, estertores de tinta,
en los que la letra
agoniza desangrándose
en trazos azules o negros,
como arterias abiertas o grifos
viejos que la herrumbre
ha malogrado. Quisiera
despertar ahora, despojarme
de este letargo, revivir
entre los mapas inéditos
de una vida por estrenar.
Quisiera volver a ascender
a una montaña entre la niebla
y coronar el sol y los cielos,
mientras dura el día
y las campanas guían el vuelo
sutilísimo de las águilas
hacia la inmensidad:
Dios me llama,
es el hombre nuevo que renace
y alcanza hermosuras y transparencias,
arboledas de aire,
plenitud en la mirada
infantil que se asoma
al círculo y la estancia,
allí donde habita el Amor
más grande que soñarse pudiera.

Fernando Alda Sánchez


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