Ni una nube. Un cielo azul inmaculado espejea en la mirada, que ensancha sus horizontes. El sol brilla con frío, al borde de la helada. Ávila se ha despertando como de un largo sueño de piedra y de siglos y las almas comienzan a habitar las calles en las que el silencio aún reina con plenos poderes. Esta rosa pétrea se abre con la primera luz que alcanza a acariciar sus pétalos, para vestirse de nada.
El otoño viene frío ya, como buscando mordernos el tuétano más hondo, y sus dedos gélidos presienten ya la nieve que anda merodeando las cumbres, como alma en pena, sin decidirse a bajar aún a los valles, que resisten inútilmente la que será la ceremonia nupcial del invierno. La nieve volverá a ser tálamo. Aún hay árboles en llamas imaginarias, como aparecidos que anuncian la lenta extinción del tiempo y la memoria.
El corazón solo está hoy para andar por casa, en zapatillas, encogido, en duermevela, pero abierto al misterio de lo que habrá de fraguarse en el deseo, como viviendo en ese tiempo de silencio de Luis Martín Santos, esperando la redención. La voluntad habrá de ilusionarse a fuerza de quererlo, pues estamos hechos también para caminar. Y habrá caminos y posadas, la aventura de sentirse en el mundo abriendo los brazos para recibir la lluvia y el consuelo.
Quisiera salir en esta mañana, que sigue desperezándose, a los campos, a buscar la libertad, y hallar el vuelo de las grandes águilas que campean por los encinares, sobre la cicatriz del lecho arenoso del Adaja, que respira seco. Quiero salir a encontrarme con la libertad que perdí en tantas renuncias, en tantas derrotas, en tantos desafueros que escribieron mi biografía con letras de plomo. Quiero tocar la luz, sentir el sol sobre mis hombros, el viento peinar mi cabeza. Quiero correr tras la transparencia del aire, incendiar el alma con llamaradas de amor y perdón. Abrazar a Cristo en la inmensidad de mis abismos. Regresar a la infancia, vestirme una vez más los ropajes de la inocencia. Explorar el territorio inmenso de los sueños, los océanos de la resistencia al dolor. Y saber dónde nacen.
En el almario he dejado todos mis despojos, la gangrena del tiempo y de la prisa, el acíbar de la desilusión, el láudano de la desesperanza. Tengo tierra por delante, todo un paisaje por descubrir, caminos para pintar con los trazos que dibujen mis viejas y rotas sandalias, con el polvoriento soñar pastoril que bajo los cielos alumbra espacios en los que imaginar la vida, otra vida, sin cadenas o grilletes, sin tributos, solo con la voz interior del que vuela libre, no en bandada, y con el dulce imaginar de Dios.
Fernando Alda Sánchez
(Foto: pixabay)
¡Me ha transportado a ese lugar!
ResponderEliminarMe alegro por ello, Enid
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