La nieve arde en La Serrota en este día tan indefinido en el que la luz se pierde en una gama de grises interminable. Los ojos no aciertan a comprender cuanto te rodea. Es necesario otro tipo de conocimiento más profundo, más extenso también, para alcanzar alguna seguridad en estos instantes en los que el mundo amanece en hora incierta. Un ángel de tristeza sobrevuela el tiempo.
El otoño sigue dejando sus devastaciones por todas partes. Los árboles, heridos, gimen bajo el peso de la niebla y del olvido, esperando el sepulcro del invierno con absoluta resignación y en el alma hay cadenas que rechinan con honda congoja, sin llegar a saber cuál es su origen o procedencia.
La nieve tiene un fulgor de muerte, un brillo de abandono, un resplandor de soledad. Sobre las aceras de la calle se pudren las grandes hojas de las moreras, vistiendo de ocres intensos, como rescoldos de corazón y de médulas, los pasos perdidos y nunca recobrados de nuestras andanzas por el retablillo de la vida, por la representación del existir y sus celadas.
En este abandono, en esta laxitud, en este dejarse ir en el que las horas se desmadejan con abulia y desencanto, resulta inútil todo ejercicio de consciencia, cualquier intento de asirse a la memoria, cualquier amago de aferrarse a lo real. Hay que dejar volar la imaginación, abrir las compuertas de los sueños, dar rienda suelta al impulso de lo onírico para no caer en la desesperación.
Ya vendrán otros días con sus afanes y sus gozos, con la celebración de la certidumbre de saberse vivo, sin testamentos por firmar o herencias que repartir, sólidamente asentados como estaremos en la pulcritud del tiempo que irá mostrándose con la nitidez necesaria que requiere la situación. Ya vendrán otros días con nuevas vendimias, y será la fiesta de la memoria, la ebriedad de la existencia, el baile lúcido del retorno.
Y mientras, la nieve seguirá ardiendo en el Cerro del Santo, en los páramos desolados que cercan mis anhelos, en el firmamento estrellado de las noches sin término, en el mapa improbable de la duda, junto al fuego y la desmemoria, en el deseo de que acabe pronto este naufragio.
Fernando Alda Sánchez
- (Foto: pixabay)
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