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lunes, 3 de junio de 2019

En las manos...

Entre los sauces duerme

herido el corazón que en la vida
encontró derrota y ahora se desangra
como un río sin origen,
presagios del dolor son las aves
migratorias que vuelven en primavera,
cerezos florecidos para mirar
sin cansancio cómo eternamente
retoña el árbol que talamos
sin saberlo. Prendido en el borde
opaco del estanque dejé un suspiro,
pétalos de flores que sobre la superficie
flotan, rosas deshojadas,
mientras presentía que la tarde
estaba despidiéndose entre el coro
unánime de los grillos,
en la voluble voluntad de la cigarra.
Junto a los vasos vacíos
de los que bebimos soñando
otras vidas arde aún la juventud,
la respiración del deseo,
el ánima incandescente
de los años que perdimos
en absurdas apuestas.
Carpe diem, todo o nada,
intentando desbancar
a la vida en audaces maniobras,
poseídos por la locura y el júbilo.
No es este el epitafio
que deseábamos, y puesto que no hemos
muerto tan jóvenes como parecía
anunciar nuestro temerario
augurio, es la ocasión ideal
para ser sinceros, para apurar
de un trago lo que nos resta de aliento,
tal vez para escribir un libro,
para recordar, para perseguir
el señuelo de las nubes
cuando sobrevuelan el horizonte.
En las manos ya no tengo
nada más que dar,
acaso un trozo de ladrillo,
un pedazo de madera, un vidrio
desgastado, un cordel para atar
ramas secas, el aroma
del musgo humedecido creciendo
entre los dedos, restos de muérdago
bajo el que nadie habrá de besarse.

Fernando Alda Sánchez



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