que acabe con tu memoria,
que después, si sepulto,
incendie, o sea la losa que cubra
el fulgor de tus huesos:
será en la noche, junto al fuego,
con mano agitada; cuando en los ojos
lágrimas develen palabras,
salinas y amargas en la sangre.
Desolado entonces, quizá
herido, entierra
violento en el papel ese escorpión
entre el vino, muere
en la brasa del verso como ceniza:
viento no vendrá, sólo tu silencio
amenaza la vida.
Fernando Alda Sánchez
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