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lunes, 8 de julio de 2019

El navegante: destierro y mar

Cínifes ahogados o detritus de sándalo

en el fondo dulce de un jarro,
olorosa pulpa, espesores
tangibles de una lenta depredación,
como ir descubriendo la muerte
en el rasgar rugoso de la pluma
con la que escribes una tarde de septiembre.
Levadizos cielos de sanguina mate
a tu espalda, surtidores de engaño;
babeles granate que resistieran
el acoso incesante de vulgares
coleópteros inmersos en un perfume
desigual de abandono.
Alguna parte diera igual:
como no vivida o tan solo soñaras.
Navegaciones por mares de un metal
rabioso, horizontes tersos, y hacia la costa
ciudades de vigorosas cúpulas,
que ahora en el papel se adivinan misteriosas.
Azaroso, renqueante, el trazo débil
de la tinta que dibuja países hostiles,
sucesivos naufragios y venganzas:
aquello que el salitre
sepultó en herrumbre.
Olivos y cedros sagrados espesan
el aire, y el voluptuoso jardín
es ahora playas, verdosos arrecifes,
camastros donde secaste la poca esperanza
que aún te alzaba: regresar.
Sabes que ahora es inútil escribir;
vendrá la muerte a besarte y es como un oleaje
de algas o acaso escolopendra
acariciante, un plancton húmedo
que asciende y ahoga.
El Austria no supo perdonarte,
y sin embargo no fue tradición:
dijeras a pecho que el reino lo esquilmaban,
que no había quien trabajara los campos,
que el oro iba lejos a fortunas
ajenas, que era la miseria
y el Nuevo Mundo no bastaba.
Atrás quedarán los validos,
la Corte de Madrid:
el Mediterráneo es ahora tu camino.
Primero galeras, en Argel
preso, y más tarde corsario
sin bandera y hoy aquí, varado,
testimonio del fuego
y la más atroz desidia:
no entrarás en España.
Habrá de ser el Líbano tumba y reposo,
las lomas áridas y los pedregales,
el áspero desierto. Recúbrete
de la umbría de estos árboles,
del fluir del manantial y su sonido
entre las columnatas del palacio,
porque luego vendrán el sol y la arena,
lenguas ardientes que te lamerán la huesa.
Brota el pasado en el pergamino,
mas la vida ya se extingue; cansado vas
para someterla a freno: la vista
hacia lo alto, profundo e inmenso,
buscando el rostro de Dios.
Estas flores solas, algún día, sin aroma,
serán tu nostalgia sobre el mar.


Fernando Alda Sánchez



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