1
Imagínate la piedra como un vuelo
de párpados, mirada o ascensión;
palidísima efigie del sueño
en el tránsito de la memoria
o ciudad erigida sobre el cielo.
Ciudad de Dios.
Una floración crepuscular de cimientos
despertando con el sonido de la trompeta
y el ángel, paramentos alados,
un izarse prodigioso de cúpulas,
dinteles, pináculos, hilvanados de deseo,
remordidos por la pasión.
2
Acaso la conciencia de haber ardido,
las flores funerales que alimenta
la nostalgia, los caminos
y las noches incesantes, el retorno de la sal
a las encías de la lluvia;
es el canto del gallo que traiciona.
Nace dentro de ti: el arco de las calles,
tejados maleables, atalayas,
lenguas y espaldas retorcidas,
un contorno de hidras y anémonas feroces.
Inicio de veletas, las primeras aves,
zureos nerviosos: a raíz te duele,
aún pervive la derrota, la voluntad del ácaro.
No basta tomar de los cementerios
los muertos más ilustres, ni renunciar
al aire: necesitas un corazón
que se asome en cada ventana,
miradas que celebren la luz, un júbilo
sonante en la palabra y la victoria.
Ahora sí, hay manos y signos,
voces unánimes en los atrios.
Esa es tu ciudad,
dale tu nombre.
Fernando Alda Sánchez
Fernando Alda Sánchez
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