"Vivo sobre el mayor incendio y llama
cuanto más aviva el fuego leña o viento"
Miguel Ángel
Como el dolor interno de los ojos
que transmite a la mano, en el acto,
la esquirla arrancada al alumbrar
la forma, casi un deseo o estallar
de venas, al reconocer el alabastro
o el duro lecho del mármol vencido
en la interminable lucha.
Los dedos de Dios y su Espíritu.
El húmedo fresco que devorara
la voluntad: crear hombres de nuevo.
Aferrado al andamio, esclavo del fuego,
en las manos te abrasa un tizón de sangre
que persigue la hechura definitiva:
sibilas, profetas y ángeles,
el Juicio Final.
Cartas de Florencia te devuelven el mundo,
los negocios familiares, las conspiraciones
políticas, la siempre amenazada república.
Y en Roma envejeces preso de los avatares.
Solo tuyo es el arte.
Memorias lejanas arrastra el Tíber
en cuyas orillas imaginas construcciones
fabulosas, soñados edificios,
proporciones, líneas y esferas
jamás pensadas. ¿Qué te dio la vida?
Muchos enemigos o la soledad
que acompaña el viento.
Te invade una tristeza inevitable
de pájaros desolados que huyen en bandada
siniestra,
de arcángeles incendiados o gélidas tinieblas.
El trabajo te redime: escoplo, pincel
o escuadra, evitas la muerte que ya te acecha.
Escribes dolorosamente, vacías tus interiores
con esa lucidez que otorga haber vivido
con intensidad: ¿qué ha sido de ti?
Tus nuevas obras, esbozos
imposibles que entrevés en las pesadillas
incesantes, cuando en la alcoba
desnuda te entregas al reposo: es el futuro
que se anuncia y otros artistas llevarán a término.
El tiempo ya de nada te sirve: sabes
que has cumplido en el mundo sobradamente.
Acaso la perdida infancia
en la aldea, albas presencias e imágenes
nítidas, las montañas y el campo, te devuelven
la conciencia y eres entonces ese muchacho
que descubre asombrado la vida y todo comienza.
Roma es demasiado oscura y aborreces
las intrigas: sólo te ata esa Piedad
inacabada, como si el Cristo abandonado
a su peso te trajera una nueva luz.
Suenan voces profundas a tu alrededor que no comprendes,
abismos y umbrales, sombrías cancelas,
animales torvos que presagian el final.
El Moisés venerable que está a punto de hablar,
el Crepúsculo y la Aurora,
Adán, la creación del hombre,
el fin de los tiempos, el cielo y el infierno y ese Caronte
colérico: lo creado arroja sombras en la agonía,
tenebrosidades que sólo salva el color
más puro, lagunas inmensas
de olvido de las que es imposible despertar.
Fernando Alda Sánchez
Es muy bueno, me encanta.!!!!!!
ResponderEliminarEl genial Miguel Ángel sigue iluminando a través de su obra. Me alegro mucho de que te haya gustado, Mayte.
Eliminar