Arde la ciudad de las estatuas,
la gran cúpula se ha hundido,
y el Arno está cegado de arenas:
lame el fuego los palacios
de la postrada república, y entre los plintos
desencajados pueden verse los ojos del Perseo
velados de amargura.
Y tú, sobresaltado, en la noche
ahora despiertas: no fue sino sueño
y un crepitar de maderos caldea la estancia.
Fernando Alda Sánchez
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