Pértigas alongadas para alcanzar
la distante luz de los luceros
antes de que amanezca tan frío,
como los dedos de un pianista
que encuentran con destreza la nota
musical precisa. Es el sueño
de los héroes, la maldición
milenaria de los hombres,
terrible duda, como Hamlet,
debatirse entre uno y otro filo,
tan irreconciliables,
sin siquiera la certeza
de no saberse equivocado,
siempre en esta ruleta
rusa que conduce a la desesperación.
Si al menos pudiéramos
disponer sin límites de un breve
instante en el que ser nosotros
mismos... o conocer la verdad
tan solo un momento...
La belleza se esfuma entre los cantos
pérfidos de las cigarras, la fuerza
se agota, al exilio
acude la inteligencia, y cuanto
creíamos firmemente que era nuestro,
es arena breve después de tanto
derribo. No nos lamentaremos
por las ciudades devastadas,
por los amigos caídos,
por las flores que fueron
marchitándose ajenas a nuestro
abandono... No habremos de lamentarnos
por tanta huida sin escapatoria,
por tanto cadáver en las cunetas
abyectas de los caminos,
por tanto olvido y tanto silencio
como hemos ido tejiendo
en las estancias de Penélope...
Amanecerá, y bajo el último
titilar de los luceros,
seremos y nos habremos ido.
Fernando Alda Sánchez
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