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sábado, 28 de septiembre de 2019

Mirar por encima del tiempo

No ciudad, ciudades

vividas, un recuerdo
persistente, el devenir
múltiple de vidas
hilvanadas una tras otra,
de siglo en siglo,
como urdimbre o madejas
que se van tejiendo
en el umbral de la penumbra
de este que es tu hogar:
son voces que llaman
desde el pasado,
acaso raíces, lenguas
flamígeras que pugnan
por iluminar la visión
concertada del Paraíso.
¿Cuánto hay de ti en estos retazos?
Esbozos de lo vivido
que van conformando
el croquis del alma,
un mapa en el que se desbordan
regueros de lo que fuiste,
y ahora recorres, peregrino en tierra
extraña, buscando
cobijo, la lumbre
necesaria, el techo
conciliador, conversación
y alimento con los que pasar
los últimos y más angostos
tragos. Pero no basta con mirar
por encima del tiempo,
ni dejarse arrastrar por las lágrimas,
o vencerse como el junco
que el viento doblega:
no hay resistencia posible,
ni diques, ni certezas,
ni coordenadas para saber
el lugar exacto en el que gimes.
No basta con morir,
no es suficiente
que la carne se pudra,
que el espíritu
busque su acomodo,
que el polvo vuelva al polvo
y sea aventado como mies
nueva,
no es bastante
desaparecer, puesto que de ti
habrá memoria en éstas y otras
calles, como si nunca
se extinguiese el hálito
expirado o permaneciese
inexorable un rastro,
una pista, una huella
indestructible, un ser hombre
más allá de la muerte
que anima o impulsa
una vez fraguada la extinción.
¿Qué quedará de ti
cuando Caronte
cobre su moneda?
Flores mustias y olvidadas
en un cementerio anónino,
un desvío en el camino
por el que perderse y acabar,
o tal vez un resplandor
desde lo eterno:
tus pavesas arderán
seguras en la hoguera,
habrá otro fuego,
tú decides,
no vale el azar.


Fernando Alda Sánchez



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